La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares

Una reseña de Mar Zeraus
Adentrarse en este libro es rumiar, cabeza abajo, entre las líneas del narrador, un fugitivo en una isla, que habla en primera persona como si de un diario se tratara, al que le suceden cosas que ni él entiende. Como dijera Don Benito Pérez Galdós, Nuestra imaginación es la que ve y no los ojos. El fugitivo presencia escenas de personas, relaciones, comidas en un museo, pero nadie se percata de su persona. Ahí es cuando te planteas si será él un fantasma, o los otros. Y, justo ahí, empiezas a recordar la película de Alejandro Amenábar, una genialidad que te deja con la boca abierta. Pero, no. No es lo mismo. Esta novela, escrita en 1940, se adelanta a una realidad virtual que estamos viviendo ahora, casi un siglo después. Morel inventó las gafas, sin gafas, de realidad virtual y creó un mundo paralelo, buscando, cómo no, la eternidad.
El autor, Adolfo Bioy Casares, manifiesta que se le conoce por esta obra, y le hubiera gustado más que lo reconocieran por el libro El sueño de los héroes. Como quiera que sea, estamos ante una novela corta, fácil de leer en apariencia, pero difícil de enhebrar. Usa multitud de descripciones, con un lenguaje poético, por ejemplo en la página 21: «Subí la escalera. Había el silencio, el ruido solitario del mar, la inmovilidad con fugas de ciempiés.».
A veces, encontramos una alta dosis de ironía, como si el propio fugitivo estableciera un diálogo con el lector, haciendo un guiño al que lee. Por ejemplo, en la página 54: «Las conversaciones se repiten: son injustificables. Aquí no debe el lector imaginar que está descubriendo el amargo fruto de mi situación; no debe, tampoco, complacerse con la muy fácil asociación de las palabras perseguido, solitario, misántropo. Yo estudié el tema antes del proceso: las conversaciones son intercambio de noticias (ejemplo: meteorológicas), […]».
En general, no utiliza largas frases. Es fácil de leer, gusta porque su texto tiene esencia. De corte fantasioso, no es hasta el final que se descubre lo que sucede en esa isla.
El escritor de esta obra, La Invención de Morel, ganó, entre otros muchos reconocimientos, el Premio Cervantes en 1990. Argentino, nacido en Buenos Aires en 1914, gran amigo de Borges, quien le prologa este libro, falleció a los 84 años, en 1999, antes del cambio de milenio, en su tierra natal.
Recomiendo la lectura.