La Academia de los oscuros
Una tarde, en la casa en cuyos muros
borraba el tiempo rostros y alamares,
sentí piedad, piedad por los oscuros.
Viviendo a sorbos y soñando a mares,
allí estaban bebiendo vaso a vaso
el aguado licor de sus altares.
Allí los vi flotar en el ocaso,
bracear en el temblor de los espejos
y como despedirse a cada paso.
Eran todos amargos y eran viejos.
Estaban de regreso y no habían ido.
El ancho mundo les quedaba lejos.
Pero alzaban su cántico medido,
hinchado de palabras torrenciales
y de viento y de furia y de sonido.
Y les tuve piedad por ser mortales,
temerosos de Dios y del olvido.
Maravilloso!! Como siempre, Manuel Díaz Martínez, con pocas frases, nos entrega una profunda reflexión.
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Muy profundo y hermoso. ¡Un abrazo, D. Manuel!
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