La echadora de cartas
Nota. Este relato se basa en la obra de Antonio Padrón que lo acompaña.
Parecía que lo conocía todo. Predecía si habría una tormenta y los barrancos bajarían rebosantes de agua. Pronosticaba las largas sequías y la hambruna. Cuando observaba el cielo lo penetraba con su mirada y hallaba, allá lejos, el destino de los seres que la rodeaban. Entendía el lenguaje de los pájaros y, se acercaban a ella, mansas, las fieras salvajes.
Desde su cueva, Brígida podía pronosticar la fortuna o los males que sobrevendrían a su gente de Gáldar, podía conocer los arcanos y la ventura surgida de la rotación de los planetas. Echaba las cartas, pero era sólo un recurso para resultar creíble ante las campesinas y los pastores. Cada uno de ellos, en algún momento de su vida, la visitaba en su cueva oscura y Brígida les leía el destino, barajando y tirando las cartas, aunque el vaticinio lo descubría en la mirada del consultante y en las voces que oía dentro de sí al tocar su cuerpo.
María fue a verla. Quería saber si quedaría embarazada. Entró en la cueva temerosa de Brígida y de sus cartas. Llevaba la cabeza gacha y, al sentarse, plegó sus piernas como temiendo la predicción de la adivina. Brígida dejó de barajar las cartas. Se acercó a María, estiró sus piernas y afirmó las palmas de las manos en su vientre.
El embarazo era reciente. En las vísceras de María veía miasmas, tejidos nuevos y unas células llenas de vida. Con sus manos detenidas bajo su ombligo oyó una voz grave que le habló. Le afirmó que nacería. Era la voz que tendría ese niño a sus 20 años. Brígida estaba segura del embarazo y que, de ese vientre, surgiría un varón dispuesto a saltar riscos, a recoger plátanos y a ayudar a su padre. Un niño que continuaría con la faena familiar.
Cuando estaba por darle la enhorabuena a María, pues eso era lo que la mujer quería oír, una sombra llegó desde detrás de Brígida. Ese espectro ya otras veces se había presentado en su cueva. Odiaba la visita maligna. A su paso la echadora de cartas empezaba a sentir un frío glacial en su espalda, un helor que recorría sus vértebras y que, por un instante, la dejaba sin habla. La sombra le susurró al oído «volveré dentro de ocho meses a buscarla». La hechicera se cubrió con sus manos las orejas y se mantuvo inmóvil por unos instantes. Detestaba esas predicciones tan certeras. Pasado ese momento, se quitó las manos del rostro y, enseguida, vio la cara atemorizada y llena de esperanza de María.
Disimuló, levantó dos cartas y dijo «dile a tu marido que la predicción es favorable. Tendrás un hijo varón que le ayudará en las faenas». Se negó a añadir lo que la Muerte le había murmurado al pasar. Tuvo piedad de esa mujer ilusionada. No quiso romper la sonrisa límpida de María. Se guardó para sí lo que había escuchado de boca de la Sombra. El hijo de María nacería, pero ella perdería la vida en los trabajos del parto. Dejó que la mujer abandonara la cueva con el feliz vaticinio y odió una vez más el don que tenía de predecir el futuro.
En algún momento sentiría el frío en las vértebras, llegaría la Sombra maligna y fijaría la fecha y hora en que vendría a buscarla a ella misma.
Que maravilla de relato… Abrazos
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