Por la mano que teje
Aunque me crié en una familia de viejas costumbres, la única que adopté era la de descalzarme al llegar a casa y recostarme sobre la que llamo ‘la alfombra mágica’. Una centenaria que heredé de mis ancestros y que cada noche, como una nana, me susurra sin voz algún cuento como los de Las mil y una noche. Un cuento que me lleva a contemplar otras realidades que permanecen intactas en ella. Me dejo seducir y me sumerjo en los detalles que sellaron las manos que la tejieron. Imagino, a través de sus dibujos geométricos, cómo las líneas y curvas resolvieron lo más primitivo; cómo los rombos, impregnados de rosetones y medallones, despiertan el erotismo de aquellos que seduce a su paso; cómo el aroma de esa naturaleza, que dibuja los hilos domesticados, impregnan los territorios de esos cuerpos que duermen en su regazo, alimentándolos sin saberlo de su savia y de su historia.
Por las manos que tejió, y sigue tejiendo, hay costumbres, para mí informales, que permanecen por siempre, como las verdaderas obras de arte que han sido creadas desde los albores.