Réquiem por Ricky
Desde que llegué a su habitación, fue solo mío. Daniel me abrazaba durante la noche y me humedecía con el sudor. Si sufría una pesadilla, me sacudía sin querer y se despertada, agitado, para ver que estaba a su lado. Yo le ofrecía seguridad. Había noches en que me estrechaba entre sus piernas o me aplastaba con su cabeza, creyéndome su almohada. Me gustaba el calor de su cuerpo y el roce de las sábanas tan finas. Me besaba siempre al despertar y yo me fundía de placer.
Cuando se enamoró y fue rechazado, me humedeció de lágrimas. Decía muchas palabras que yo no entendía, decepción, despecho o angustia. Cuando se sintió feliz, mi cuerpo tocó los ángulos del techo, porque hasta allí llegué, arrojado por su alegría. Pero todo esto fue antes. Ahora ya no es mío. Me juntó a otros horribles cacharros mecánicos y nos dejó a todos junto al cubo de la basura en el jardín. Su madre le dijo que, con 15 años, era hora de que tirara los trastos de su niñez. Y sobre todo que me tirara a mí.
Ahora le regalaron un perro de verdad. Lo llama Oliverio. Un nombre grotesco. No es digno de un perro. Abraza y besa a Oliverio como lo hacía conmigo. No sufro por celos, sino por el abandono. El nuevo cachorro me ha hecho llorar sin lágrimas. Daniel nunca más será mío. Ahora mi felpa está ajada y mis entrañas, sucias. El intruso, con sus colmillos ha desgarrado mis costuras. Le pareció el juguete más fácil de despedazar. No me queda nada de vida. De mi interior, salen borras de algodón. Creo que ya no recuerdo ser un perro, pero siento amor por ese chico que me abandonó. Antes de morir, he aprendido que el amor siempre se termina, igual que la vida.
Ayyyy, Rubén!! Me dolió el corazón al leerlo, pero es cierto, casos así ocurren desgraciadamente en la vida. Un abrazo!!
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