Lo que me contó Soledad
En una ocasión, hace ya muchísimos años, me contó una viejecita, llamada Soledad, que existía un lugar en el que se sentía bien tratada, se jactaba de decir que todo lo bueno allí lo encontraba, en abundancia, y por tanto no deseaba, en ningún momento, abandonarlo, a pesar de que las malas lenguas la tacharan de egoísta. ¿Será verdad lo que me contaba Soledad? ¿Existirá ese mágico lugar?
Lo cierto es que con el paso del tiempo yo he decidido, en multitud de ocasiones, visitarlo, encontrando prados en los que quise perderme y andar solo, no por siempre, encontrando las delicias que, muy posiblemente, encontrara, otrora, Soledad: mares azules atestados de sirenas, desiertos llenos de palmeras, prados cubiertos de rosas, caminos que llevaban a valles en los que moraban los blancos unicornios. Me llevo conmigo, siempre, un libro, bajo el brazo; un papel, en el bolsillo de la camiseta y un lápiz, no sé cómo llegó a mí, que jamás se queda sin punta y, no se me podía olvidar, fantasía y quimeras por doquier. Allí me siento mimado, abrazado, querido, bien tratado por seres que no tienen presencia física, simplemente sé que allí moran y que se desviven por que mi estancia sea un remanso de paz y que vuelva, al día a día, repleto de energía, de ideas, de sonrisas, de sueños y por qué no, de quimeras.
Decidí dar la mano a soledad, hace tan sólo unos días. A veces suelo caminar con ella, dormir con ella, hablar con ella pero en esta ocasión fue diferente. Soledad estaba triste, quería avanzar y tropezaba, una y otra vez, con el dolor, con la frustración, con el desasosiego y tuve que cogerla de la mano para que no se abandonara a esos mundos oscuros y lóbregos de los que es tan complejo salir. Los momentos de euforia se habían ido, no sabía dónde. La sentí realmente sola y lloraba y lloraba, sin consuelo. Quise experimentar lo que estaba sufriendo Soledad y, sólo con pensarlo experimenté miedo, auténtico pavor, y me vi empapado en un frío sudor que cubrió todo mi cuerpo, incluso mis alas. Me sentí, entonces, solo, muy solo a pesar de que pensaba que estaba rodeado de tanta y tanta gente pero, en realidad, me sentía solo. No era aquella otra Soledad, la elegida. Era la impuesta por las circunstancias. Me animaba, y avanzaba, pero de nuevo se presentaba la soledad no deseada, diciéndome, al oído, no tienes nada porque así lo decides. Me percaté que me lanzaba un claro mensaje: “abandonar aquella situación sólo dependía de mí”.
Tú decides estar solo hasta que digas ¡basta! Será entonces cuando vuelva Soledad, la que nunca falta cuando la necesitas: tu inspiración, tu ansiada creatividad, tu compañera fiel, esa amiga fiel y entrañable.
Le escuché decir: transforma lo que piensas, dale ese toque de colores verdes, rojos, azules y también amarillos. Lo cierto es que lo intento y me pierdo en la paleta de genios, salpicándome, a propósito, de sus magistrales pigmentos; me sumerjo en poemas de Bécquer, de Cernuda, de Neruda y nado hasta llegar a la playa, con árboles frutales, en la que te encuentras, esperándome. Todo ha cambiado pero me dices que allí me esperabas, tan necesitada de mis besos, de mis abrazos, que te sumergen en un éxtasis infinito y es cuando caigo en la cuenta de que así te deseo, no has cambiado tú, únicamente, he cambiado yo, cayendo en la cuenta de que debo negarme a dejar de quererte. Es entonces cuando decido perderme en mundos, hechos a medida, que hace tantos años deseaba transitar junto a la persona elegida, y es allí donde me espera, sentada en aquella roca en la que por primera vez saboreé el aroma de su presencia y el beso inolvidable del que siempre he quedado prendado.
Facebook: Juan Francisco Santana
Imagen tomada de internet
Muy hermoso, lo sentí tan mío también que me hizo comprender cosas que no encontraba, y en este verso encontré, me encantó como todo lo que escribes, querido amigo Francisco, besos
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Te estoy inmensamente agradecido mi queridísima amiga Elizabeth Martínez. Besos y abrazos.
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