Letra pequeña
Lo fascinante, en su lejanía, se muestra compacto, gigantesco y perfecta.
Pero así como el Partenón sólo son curvas que se asemejan rectas, el juego de la ilusión, como el de la seducción consiste siempre en engañar al ojo de tal modo que el que mira sólo entiende allí hasta donde puede interpretar. Y ante la deslumbrante necesidad de poseer aquello que se desea, los ojos jamás aciertan a leer la letra pequeña sobre el objeto de la fascinación que se erige siempre en esa especie de distancia infinita que anula todo aquel detalle que pudiera funcionar como rotunda excepción.
Pues manda otro, no el ojo, sino el cerebro de reptil que sobrevive profundo y silencioso para permitir el juego del, necesario, y obligado engatusamiento. Esa arpa eterna que cimbrea su melodía tras el fogonazo intenso del ansia cuando ésta palpita para saciar su propia sed inagotable. La sed amarga e inmunda que brota terrible en la naturaleza cada vez que esta sospecha que se puede apagar. También la physis maneja con estilo sus prestidigitaciones: cuanto más lejano, cuanto más grandioso, más perfecto, más necesario caerse rendido como todo aquel que se deja convencer, para así, descansar ante la eterna oposición a uno mismo.
Todo apetito tiene su hambre y toda hambre se aplaca a costa de consumir un espejismo ajeno que calme la propia mediocridad interior.
Ese espejismo universal que llama perfecto a lo lejano, solo porque en dicha distancia se hace imposible percibir las fisuras que se logran apreciar únicamente bajo el potente microscopio del convivir diario.
Cada encomio por un tótem, cada confianza en un talismán, cada deseo forjado en el silencio de la duermevela, no es más que una mirada ingenua, ciega, que torpe ,pisa inadvertida ,tal como lo hace el mosquito ante la flor caníbal que adorna ,multicolor, su espera; como la zarpa del oso sobre la hojarasca de otoño bajo la cual aguarda la dentellada metálica del escualo en forma de cepo. Ese artilugio impávido que un ingenioso animal depositó allí y que sobrevive silencioso porque conoce a la perfección la embriaguez con la que deambula todo aquel que ignora la existencia y el significado de la malicia gratuita
Hay que proclamarse venidero de otro mundo para no sentirse atrapado por la irrebatible letanía de tanta letra pequeña, que siempre se halla grabada en la superficie pulida y metálica de los sueños.
Justo en esa zona de los trofeos donde se graba el título y el dueño de quien lo gana; y donde hoy, dice: “has ganado el derecho a leer esto”: el refulgir irrebatible de todo sueño distante; en la cercanía, no es más que el destello fallido de su propia herrumbre
A lo lejos: oro; En lo cercano y sobre para la mano: ¡pirita!