Roberto Iglesias – Selfie

Selfie

Se apoya en el deportivo con la misma sonrisa triunfante con que un cazador de elefantes posa ante su último paquidermo abatido. Pero todo el mundo sabe que las fotografías son solo eso: una mera plasmación estática de fotones. ¿Quién es el ingenuo que, a esta altura de la vida, aun piensa que una instantánea es real? ¿Acaso huele?

No. Las fotografías no huelen, no hablan, no gruñen ni protestan. No contradicen jamás la intención primigenia del retratado. Y ella, ella sabe posar, sabe reír cuando toca.

-Una más. ¡Click! Ya está. ¿A ver? ¡Qué envidia!…¡Qué fotogénica eres!

Ella se sabe poseedora de un don singular y a la vez aterrador: poder convencer sin hablar. Basta con que contemplen una instantánea suya y… todos asienten al unísono con la cabeza. Quizá porque toda fascinación estética emerge cuando el que contempla admira sin fisuras lo observado con una idolatría ciega, como si al mirar se depositase una donación de misericordia que brota en realidad desde los profundos complejos de uno mismo. Una especie de envidia inversa.

Y ella conocía desde bien temprano ese ambiguo proceso de transferencia en el que una sonrisa se convierte en la más apofántica de las declaraciones. Porque ella poseía el don de la elocuencia sin palabras, tal como si hubiese salido ayer mismo de la escuela de los retores de la imagen. La mismísima Heduto de Ática. ¿Quién dijo que las formas y maneras, que las argucias de la inteligencia, no se heredan? ¿Cómo no presumir con esa sonrisa apoyada en semejantes autosuficiencia?

Pero ahí está, miradla, tras esa sonrisa jovial sin fisuras vibra un poder rutilante que se contiene de un modo sostenido y planificado. Algo tiene de diabólico esa belleza cuando con tanta facilidad logra imponerse sin que nadie encuentre en ello el eficaz resorte de una ratonera. No importa que nadie se sienta ratoncillo porque cuando se contempla una foto así…¿qué peligros pueden acechar?

Esa es la magia de toda trampa: se manifiesta siempre inofensiva. La trampa infinita.

Y ella seguirá ahí sonriendo, en la eternidad de una imagen detenida, apoyada en el deportivo.

Roberto Iglesias

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