ENGARZADOS
Acabo de despertar. Son casi las siete de la mañana y a través de la ventana comienza el amanecer, el inicio de un nuevo día, la vida. Suena el lejano reloj de la iglesia y con él el ajetreo de los coches que surcan las calles, las puertas de las cafeterías y las persianas de los diferentes locales que pueblan la ciudad.
Pies que van a un destino, pies que tienen un plan, una forma de dirigir sus caminos, en ocasiones hacia el orden y, en otras, hacia el caos.
He comenzado este trayecto muchos años atrás. He realizado paradas y en el tren de mi vida han subido y bajado personas y, aún hoy entran y salen de él, hasta que un día llegue a la estación definitiva.
Empiezo a recordar: los familiares que se han ido, aquellos compañeros de la infancia, los amores permitidos y los prohibidos, los amigos de la adolescencia y aquellos con los que he coincidido en mi senda laboral. Algunos de ellos fueron personajes esporádicos, otros secundarios y otros principales (como el aire que necesito respirar) en mi relato vital. Algunos han quedado en mí y han confeccionado a la persona que soy, el tapiz en que me he convertido gracias a las experiencias bordadas en mi ser.
Y de ellos me quedo con aquellos que se han engarzado a mí como piedra en un anillo, con aquellos que han visto en mí luz y no sombras, con aquellos que han sabido apreciar mi esencia, la de una mujer cuya flor comienza a deshojarse, cuyas fuerzas comienzan a flaquear, cuyas lágrimas ruedan por el envejecido rostro.
Acabo de despertar y a través de mi ventana comienza el amanecer, el inicio de un nuevo día, quizá el último para mí.
Carmen Quesada