Las exequias

– Míralos. Ahí están. Han venido todos. Y de riguroso luto; ellos, de traje y corbata; ellas, de vestido, medias y tocado. Todos con ese halo de familia distinguida, erguidos y displicentes.
Esa del primer banco con la sortija sobre el guante es Silvia, la hija mayor de Doña Ángela. El de la derecha con cara de pazguato es su marido. Un pintamonas.
El de la izquierda es su hermano, el que dirige la empresa familiar tras la prematura muerte de Don Romualdo. Mientras Doña Edelmira vivó lo tuvo bien controlado, pero ahora no sé cuanto les durará el negocio porque, al parecer, tiene vicios muy caros. Su mujer es Valentina de Sotomayor y desde hace tiempo se la pega con su abogado. Al parecer lo sabe todo el mundo menos él. O, quien sabe, quizás no quiera saberlo.
En el segundo banco están los hijos mayores de Silvia. Unos zánganos. Mal criados por su madre, que les consiente todo capricho y no serán nunca más que unos golfos redomados. ¡Ay, si Don Romualdo levantara la cabeza! Se volvía a morir. Él, que fue siempre un trabajador incansable y cuyos valores trató de transmitir a los hijos. Pero, tuvo muy mala suerte en eso. Morir tan pronto fue una desgracia para esta familia. Aunque Doña Ángela tuviera siempre tanto tino para los negocios, era un tanto permisiva con los hijos. Fue siempre una mujer de bandera. Independiente y sagaz. Tenía un humor fino, jocoso a veces. Creo que no se tomaba nada en serio. Cuando la iba a visitar para temas de la parroquia fue siempre muy generosa pero, nunca pude conseguir que viniera a misa. En más de una ocasión tuve la impresión de que se burlaba de mí.
¡En fin! Vaya preparándome el altar, que ya empezamos las exequias. Ah, espere. Aquí tengo el sobre con los recordatorios para que se los de a los familiares a la salida. Ella ya sabía que se iba y dejó todo preparado. La funeraria me los trajo hoy por la mañana. Me adelanto coger uno para mí.
¡Eeeeeinnn¡ ¡Madre del Divino Salvador!