Una visita reveladora
El grupo avanza por las calles de Pompeya, adentrándose en la historia. Marcela imagina las vidas que las poblaron y que se vuelven reales, mientras ocupen sus pensamientos y la empatía les conecte a través de los siglos. El guía señala las dependencias, las estancias, la tienda de aceite y vinagre, donde ella acierta a ver al tendero extrayendo aceitunas de las panzudas tinajas que a buen seguro, ocuparían los huecos horadados en el muro. El calor arrecia y vuelve tórridas las mentes, a medida que el miembro viril aparece aquí y allá libremente, esculpido en las lozas del pavimento. Está muy claro a quienes pretende guiar y hacia dónde los conduce. El guía muestra ahora la belleza desinhibida de las paredes de un lupanar, escenas explícitas que incitan al juego amoroso conservan aún su frescura. Y habla de costumbres, de sexo y de símbolos. Un amplio frutero destaca en el decorado que contempla Marcela. En el centro, rodeada de otras frutas que desaparecen ante su poder seductor, se abre una granada. Por entre la raja escarlata, los granos dulces y ácidos palpitan invitando a la mordida; ofreciendo eternamente su jugo.
Nunca habría imaginado Marcela que iba a sentir un orgasmo por contemplar una granada pintada en la pared.