Los peligros del figurativismo

Pintó el Paraíso Terrenal. Puso animales salvajes y el Árbol del Bien y del Mal.
Mezcló blancos, cremas y rojos para dar a Eva una coloración mórbida en su piel de óleo. Amasó verdes y azules para abrillantar las escamas de la serpiente.
Luego se entretuvo en delinear la manzana y dejar reflejos vegetales en su superficie. Dibujó el cabillo y pulió la cáscara.
La fruta consiguió tal turgencia que él la arrancó del lienzo y se la llevó a la boca. Era deliciosa. Masticó con fruición. Al tragarla sintió el aire fresco en su piel y notó su desnudez. Se llevó las manos y la manzana a su pubis y comprendió que ya formaba parte de la tela.
Eva le sonrió seductora y, lúdica, quiso coger la manzana para compartirla con él. Adán dejó de ocultar su excitación. Él le dio la manzana y luego la empujó contra el tronco del árbol.
No había tiempo que perder. Eva sería suya ya mismo. Intuía que ese placer duraría poco. Sabía que pronto vendría un señor barbudo y que los expulsaría a ambos de la tela.
Nota:
La imagen que acompaña a este microrrelato lleva el nombre de «Adán y Eva» y fue pintada por Hans Baldung Grien en 1531. El óleo halla en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid.