Pepa Marrero – Conspiración de Cronopios

Conspiración de Cronopios

Fuera, en la calle, transcurría la noche serena meciéndose en la brisa fresca de otoño. En el interior de la mansión alejada del mundo, se podía cortar la tensión. Cinco pares de ojos desconfiados y alguna palabra que otra estampándose contra el silencio. Nada estaba saliendo como habían planeado. Aquella no era la fiesta sorpresa que los cuatro hombres habían preparado para ella tres meses antes. Los cuatro amantes despechados habían esperado ansiosamente la llegada de aquel momento. Vengándose de la mujer que destruyó sus vidas cerrarían, de una vez, aquel capítulo abierto veinte años atrás. O, al menos, esa era la idea.

Cada uno de ellos le había escrito una carta, tal y como habían acordado aquella tarde en el bar donde se reunían todos los viernes. Habían retomado la amistad que tenían desde niños y que se había roto cuando ella irrumpió en sus vidas. No habían vuelto a saber de Ava. Siempre se les quedó un amargo recuerdo escondido en las entrañas. Nunca la olvidaron y jamás volvieron a pronunciar su nombre hasta esa tarde en el bar.

Se sentaron en la mesa que más cerca estaba de la ventana. En la mesa de al lado estaba el periódico abierto que acababa de ojear, sin mucho interés, el joven que salió después de tomarse un café. La foto ocupaba toda la página, así que era imposible no verla. Se miraron sin hablar. Julio cogió el periódico y lo puso en el centro de la mesa y, efectivamente, era ella. Allí estaba ella fotografiada junto a lo más granado del cine, convertida en una famosa actriz. Lo había logrado. Cada uno de ellos pensó que no debió resultarle muy difícil por sus dotes de actriz y porque todo lo que se proponía lo lograba a costa de lo que fuera. Siempre fue muy caprichosa, astuta y embaucadora. La noticia hablaba de la coincidencia de su cumpleaños con el estreno de su tercera película y sus vacaciones en su pueblo natal. La noticia de aquel periódico fue el detonante que les hizo planear la venganza que les permitiría vivir en paz el resto de sus días.

Decidieron que cada uno escribiría una carta contándole lo mucho que se alegraba de su éxito y poponiéndole una cita para celebrarlo. Tenían la seguridad de que a las divas los elogios las vuelven locas y de que verlos sería un buen alimento para su ego. Sabían que no rechazaría la oportunidad de mirarlos desde la cima de su fama. Aceptaría encantada porque ella siempre se sintió una diosa con derecho a menospreciar a culquiera. Sobre todo, si le declaraban su amor o si ella notaba el más mínimo interés hacia su persona. Por eso, cada uno escribió su carta invitándola a celebrar su éxito. Uno de ellos le propuso el martes. Otro le dijo que el jueves estaría bien. El tercero le sugirió el sábado como un día estupendo para celebrar y el cuarto le expresó su deseo de verla el domingo. Después aparecerían todos juntos el martes y le harían pasar el peor día de su vida.

Por eso estaban en el lujoso salón de aquella mansión. Por eso Kafka se limitaba a mirar la escena con más tristeza que asombro, sin decir ni una palabra mientras ella apoyaba el codo de su brazo izquierdo en el mueble bar, sosteniendo una botella de champán. En la mano derecha un revólver y en su cara una sarcástica sonrisa. Por eso Chéjov se temía lo peor después de haber visto cómo se caía la botella de las manos de ella deliberadamente, haciéndose mil cristales que brillaron como las lágrimas contenidas de Scott, que murmuraba, sin que apenas se le pudiera entender, algo así: «enséñame un héroe y te escribiré una tragedia». Ava simplemente disfrutaba mirándolos con un gesto cínico y de triunfadora al que Julio respondía entre desconfiado y amigable. Además, Julio pensaba que, en esta situación, lo mejor sería ponerse del lado de la fama.

Pepa Marrero

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