Rosario Ibrahim- Legado

Legado

Tenía ocho años cuando vi su escritura por primera vez. De derecha a izquierda trazaba pausadamente una lengua que yo desconocía y que, por cierto, nunca aprendí, a pesar de que siempre tuve la curiosidad. Ensimismada en ese tipo de grafía árabe, me explicaba por encima, señalándome con el dedo en la hoja lo que había escrito, que cada letra es una consonante y cada marca, una vocal.

En cualquier lugar de la casa me pongo a leer o a escribir. Desde el sitio donde estoy, en la cocina, transcribo algunos retazos de su vida, que por cierto, por razones de vejez y obviamente de salud, terminó escribiendo, leyendo y hasta comiendo en el mismo sitio, en su habitación. Desde la cocina visualizo parte de la casa y dirijo mi mirada al gran ventanal de hojas abiertas, que comunica con su aposento. Con nostalgia, y aún lo veo, le recuerdo sentado por su lado de la cama. A través del ventanal, en su guarida, veía pasar su mundo, el nuestro.

Sus horas las pasaba o escuchando la vieja radio alemana, que tenía colocada encima de su mesa de noche, de la que lograba sintonizar algunas emisoras de su país natal, o leyendo libros y revistas de nutrición y alimentación como los prospectos de medicamentos, que guardaba como pequeñas enciclopedias. Metido en su mundo de lectura, anotaba en los laterales o en los encabezados de las hojas de los libros lo que consideraba relevante, pero en su lengua. Cuando le preguntaba por qué no lo escribía en español, me declaró que lo hacía así para que no se le olvidara su idioma, pues a veces le costaba recordar cómo tenía que transcribir determinadas letras del alifato árabe.

Viajero incansable, cuando conoció nuestro país, se enamoró de él y poco después, de mi madre. Llegó hablando varias idiomas. Tuvo tanta facilidad en dominarlos, que al mes y medio, también aprendió el español. Llegó a escribirlo, aunque con cierta dificultad. Aquí vivió sus últimos cuarenta años pero siempre añoró su país, su familia y amigos, como también hablar su lengua materna. Escribirla era lo último que le quedaba de sus raíces y no quería olvidarla. Por eso, cada vez que veo su caligrafía bailando en las hojas de sus libros, lo siento, escucho la música que la mueve e imagino esas hojas como partituras que, llenas de notas que heredó de sus raíces, recojo como legado.

Rosario Ibrahim

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