Un camerino propio, de Daniel María

Una reseña de Rubén Mettini
Esta vez quiero reseñar un libro que leí con enorme placer, Un camerino propio (Editorial Egales, 2020). Me iba a la cama y sabía que esas páginas gozadas con fruición me iban a proporcionar un sueño feliz, en compañía de muchas de las figuras que desfilan por estas páginas.
Cuando Daniel María lo presentó en la Feria del Libro de Las Palmas, a principios de noviembre de 2020, quiso definirlo como un «híbrido», un libro que mezcla artículos de pocas páginas, cuentos casi siempre ligados a evocaciones del autor e, incluso, algún poema. Es un texto escrito con profundo amor y ternura por todas las actrices, cantantes, escritoras y escritores, donde María muestra su devoción por figuras que nos llegaron a través del cine, de la televisión, vinilos, CD, conciertos….

En los capítulos dedicados a las divas de Hollywood recordará la risa de Greta Garbo, en la película Ninotchka y dirá «ríe con la mirada, y ese silencio crujió nuestro imaginario». De Marlene Dietrich, con fervor, comentará «es una alienígena que no encuentra sexo, género ni edad donde encajarse». Y cuando hable de Marilyn evocará el precioso homenaje que Truman Capote escribió en un artículo llamado «Una adorable criatura», publicado en Música para camaleones. Se detiene a contarnos que, si «el cine conservaría el movimiento y la voz [de la Monroe], Andy Warhol la proyectaría a una dimensión museística». En el capítulo dedicado a Joan Crawford llamado «El cine bajo las cejas», creado como una carta de amor dedicada a una amante, María cita sin temor de resultar paradójico «De tus ojos impresionantes yo destaco la boca. Si te fijas tú también, amada Crawford, cuando la atención de los espectadores se centra en tus ojos, abiertos como un cuchillo en la carne, la boca se te aprieta poderosa». Todos estos fragmentos, confesiones de devoción por las estrellas de Hollywood será compartido por infinidad de cinéfilos que hallarán en estas páginas las palabras adecuadas para reafirmar sus pasiones.
No podré citar, por no resultar excesivamente prolijo, las palabras que dedica a las divas españolas. Simplemente una frase quizás sirva para demostrar el amor desatado de Daniel María. De Lola Flores, en el capítulo «Una cosa muy grande», cita siete momentos grandiosos de la Faraona. Cuando habla de Sara Montiel la siente eterna, que existe más allá de la muerte y hay un guiño gracioso sobre ella «debería constar en los manuales de Fonética, cuando la diva cantaba Quizás, quizás, quizás». Una forma de pronunciar que fue copiado hasta el cansancio por imitadoras e imitadores. De Massiel analiza el drama que se gesta en casi todas sus maravillosas canciones. Nos dirá que nada se le resistía: Bertold Brecht, boleros, rancheras, musicales, canción de protesta. Afirmará que es un ícono, una diva de culto. En uno de los capítulos, narra una anécdota muy tierna, un recuerdo de cuando el autor tenía 13 años, en el año 1998 su madre lo llevó a un concierto de Mónica Naranjo, y gracias a unos travestis pudo colocarse en primera fila, muy cerca del escenario. Termina el fragmento diciendo «Juro que en un instante me miró y me guiñó el ojo. Juro que cantó solo para mí. Juro que fui feliz frente a la pantera y custodiado de ángeles».
Si sintió un amor desmesurado por estas divas, María también reivindica a esos travestis o transformistas como los que aparecen en el precioso relato El Paraíso: Lili Quebranto, Minerva, Raquel o la anciana Paquita Garland, artistas de carretera, de night clubs de cuarta categoría, pero que son capaces de confundir la visión del sol con las lentejuelas y viajan entre las estrellas ante el polvo que deja caer la purpurina. Travestis llenos de vida, que olvidan las humillaciones u ofensas sufridas para llenar los rincones sórdidos de alegría y felicidad.
También están las escritoras y escritores de los que el autor es devoto. Gloria Fuertes, Terenci Moix, Truman Capote, Manuel Puig, Manucho Mujica Láinez y sí, también, habrá un apunte para Corín Tellado. Los artículos dedicados a ellos están llenos de inteligencia y profundidad, porque el autor es un letraherido que ha profundizado en la lectura para elaborar juicios muy certeros sobre ellos.
La frase de Shakespeare «El mundo es un escenario y sus hombres y mujeres sus actores y artistas», Daniel María lo actualiza, asume las palabras de La Lupe en la canción Teatro: teatro, lo tuyo es solo teatro… Y para definirse se apropia de ese léxico que contiene la canción: escenario, actuación, dolor, falsedad, simulacro, drama, etc.
Como breve reseña biográfica, Daniel María nació en Canarias en 1985, publicó dos poemarios. El último Falconetti sobre fondo rosa (2018) lo presentó en la librería Canaima de Las Palmas. Además, publicó dos novelas y unos ensayos llamados por el autor «investigaciones», el más conocido El misterio de los filiichristi de Agulo (2016). Escribe sobre literatura LGBTIQ+ en la revista Qué leer.
El título Un camerino propio, le da la vuelta a Virginia Woolf Una habitación propia. La prosa es inteligente, tiene su punta afilada con ironía. Esas impresiones recogidas del cine, las revistas, las lecturas, la televisión no es simple admiración. En cada caso hay una reflexión sobre cada detalle: una mirada, una forma de decir, unas gafas oscuras y esas cavilaciones a lo largo de la vida del autor han ido dejando marcas, transformaciones, muescas para hacerlo lo que hoy es. Daniel María es así gracias a todo eso llamado lo camp[1]. En el libro nos dice «Para salir a actuar exijo un camerino propio. En él brotan los Danieles que habito. En él destruyo, deconstruyo y creo. En un camerino propio donde me miro al espejo y me sonrío, donde a veces me espío de soslayo cuando lloro y donde fijo la mirada en los retratos de mis divinidades».
Al final, todo acaba bien. Aunque las divas, actrices o travestis sufran siempre tendrán aquí o allá un paraíso que las espera. El libro deja un dulce sabor de boca y una inusual alegría de vivir. Desearía que el posible lector gozará con la lectura tal como lo hice yo. Gracias, Daniel.
[1] Varios lectores me preguntaron que es lo camp. La palabra camp viene del francés se camper que significa posar de una manera exagerada. En Wikipedia se define como un tipo de sensibilidad estética del arte popular que basa su atractivo en el humor, la ironía y la exageración.
Genial reseña, vaya pinta tiene el libro de Daniel María. Gracias, Rubén, me lo apunto para leerlo pero ¡ya! Abrazos.
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