La Luna y el puente del Girasol

Pobre girasol indiferente a los rayos del día, que creció tan alto en busca de la luna, su tenue luz y el calor que otros creían inexistente, enamorado de su piel pálida y su trono de oscuridad, de sus cambios de fase a voluntad.

Buscando de que se escondía, que deseaba mostrar, porque se ocultaba con timidez, detrás de cada eclipse que la hacía desaparecer.

El girasol crecía con más fuerza intentando descifrar su misterio, pero ella más se alejaba, siguiendo el camino del firmamento.

Girasol, cabezón que sobresalió del campo cultivado, dejando atrás a sus hermanos y construyó una escalera con cada uno de sus pétalos. No le movía la obsesión, solo la curiosidad de desvelar los misterios que ocultaban su luz. Poder acariciar su piel cálida era su único premio.

Por desgracia, sus raíces se secaron incapaces de sostener su peso, su tallo se fue marchitando, los vivos colores de sus pétalos se fueron apagando. Las flores de su centro decayeron de nuevo al suelo

Incapaces de mantenerse en tan ardua odisea.

Solo uno de tantos,  logró acariciar la suave piel del frío astro, solo un instante de placer, para volver marchito al suelo al que pertenecía. Donde se secó, algunos dicen que con una sonrisa.

Luna cambiante que se escondía y volvía, a veces en todo su esplendor, a veces escondida, pero siempre oculta para quien no la merecía.

Pero tal vez logró hacer mella el gesto desinteresado de aquel pétalo, pues a veces se la suele ver amarilla.

Tal vez así toda una generación de girasoles ignora al sol, centraron su crecimiento y su amor, a la luna amarilla, que una vez acepto el regalo desinteresado de un girasol que solo quiso rozar sus labios.

Viajero incauto