TE RECOMENDAMOS… La quimera, de Emilia Pardo Bazán

La Quimera, de Emilia Pardo Bazán

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Una reseña de Rubén Mettini

 

En estos días estuve sumergido en la novela La Quimera, de Emilia Pardo Bazán ( Ediciones Garoé. 2019) De la reciente publicación –una edición muy cuidada– se encargó Ediciones Garoé, una nueva editorial, situada en Las Palmas, muy cerca del Mercado de Vegueta. Garoé ha comenzado su andadura con la trilogía “Triunfo, amor y muerte” de la autora gallega. A Triunfo corresponde la novela que reseño. Al tema del Amor corresponderá Dulce Sueño y, finalmente, Muerte será la novela La sirena negra. Recomiendo seguir la trayectoria de esta editorial porque planean, próximamente, publicar a Rosalía de Castro.

En un breve apunte biográfico sobre Emilia Pardo Bazán debemos subrayar que fue una de las primeras feministas en España: reivindicó la instrucción de las mujeres como un aspecto fundamental de la enseñanza. La Condesa tocó casi todos los aspectos de la cultura. Fue novelista, periodista y catedrática. Introdujo el Naturalismo en el país. Nació en A Coruña en 1851 y murió en Madrid en 1921.

Se casó a los 16 años, tuvo tres hijos y, en 1884, se separó amistosamente de su marido. En 1970 se publicaron 32 cartas dirigidas por la condesa a Benito Pérez Galdós. Las cartas hacen suponer que la relación entre ambos escritores duró alrededor de 20 años, aunque tenían una relación abierta y ella contó con otros amantes que –parece– disgustaron al novelista canario.

El argumento de La Quimera está inspirado en la vida de su amigo, el pintor Joaquín Vaamonde Cornide. En la portada del libro podemos ver un retrato al pastel de la condesa realizado por Vaamonde en 1894, en la residencia veraniega de las Torres de Meirás, en A Coruña. En Madrid, Pardo Bazán presenta sus amigas de la burguesía madrileña al pintor, a fin de que este pueda realizar sus retratos. Vaamonde tiene grandes aspiraciones en sus realizaciones artísticas. Al viajar por Europa y contemplar las grandes obras, especialmente de los pintores flamencos, vuelve a Madrid decepcionado. Sus retratos no valen nada, pretende destrozar todas sus obras. A los 28 años, en 1900, Vaamonde muere tuberculoso en A Coruña.

La escritora se decide a contar su historia en la novela. El personaje se llamará Silvio Lago. Además, cambiará todos los nombres de los personajes públicos de Madrid. Publica su obra en 1905. En la ficción, Silvio Lago abandona su vida serena en Alborada, Galicia, y se traslada a Madrid. Luego visitará París y recorrerá los museos del norte de Europa: Bruselas, Amberes, La Haya, Harlem, Ámsterdam, Brujas y Gante. Su obsesión, la Quimera, es realizar una obra de arte perfecta, lograr una sola obra que lo justifique ante sí mismo. Para ello, debe sacrificar todo lo que corresponde a una vida normal: el alimento, la riqueza, los lujos, pero sobre todo la vida afectiva. Lago detesta a las mujeres, cuando una posible amante se le insinúa, el pintor piensa que ese amor se transformará en una vida cotidiana aburrida, que le impedirá seguir libremente su camino en la consecución de su imposible quimera. Igual que Vaamonde, Silvio repudia su obra. Son pasteles de mujeres burguesas, unas obras hechas para ganarse el pan cotidiano, pero insignificantes en su pretensión de obras de arte de calidad.

La escritora se detiene en extensas descripciones, de paisajes, de cada ciudad donde el pintor vive, de las fiestas de Madrid, de los salones de París, de los ropajes de las mujeres en cada una de estas ciudades. Maneja con gran dominio la observación cuidadosa del comportamiento y la psicología de cada personaje. En estos análisis se descubre la penetrante visión del entorno que poseía. Por momentos, en esos salones franceses, nos parece sentir la voz de Proust, con sus largos períodos de escritura y sus precisas descripciones.

Pardo Bazán se arriesga con diferentes formas narrativas, saliendo airosa en todas ellas. Cuando lo requiere el argumento narra en 3ª persona las reuniones, las fiestas, las noches de la ópera. La 1ª persona la usa en las cartas que envía el pintor, en sus diarios personales y sus meditaciones. Al igual que Pérez Galdós, Pardo Bazán domina los registros de lengua de los personajes de diferentes clases sociales. Son diálogos dinámicos y verosímiles del habla de finales del siglo XIX. En medio de esa burguesía centrada en los ropajes y el lujo, van apareciendo mujeres inteligentes que mantienen con Lago diálogos profundos sobre temas psicológicos, sobre conductas, maneras de ser y, también, sobre pintura. La escritora conoce perfectamente los temas artísticos: retratos, pasteles, colores, óleos, pero, además, se esmera en la observación y crítica de obras de pintores franceses, como Courbet, Moreau y Millet, y analiza a artistas flamencos como Rubens, Rembrandt y Ruysdael, comparando sus obras con las de artistas españoles e italianos. En Gante, Lago contempla el Cordero Místico, un políptico de Jan van Eyck que considera la obra de arte más perfecta. Sorprende la capacidad que tiene Pardo Bazán para tocar infinidad de temas con una lucidez sorprendente para una mujer de esa época.

Citaré un fragmento de la novela donde Silvio, a poco de llegar a París, compara la vida ociosa de Madrid con la actividad industriosa de la capital francesa:

«Recordaba Silvio la capital española como si aún se encontrase en su taller de la calle de Villanueva; las vías públicas, concurridas lo mismo a las cinco de la tarde que a media noche; aquel visiteo injustificado, aquel zanganeo y zascandileo en que las horas se esfuman, cayendo en el curso del mes y del año como granitos de sal en mares de tedio, placer y turbulencia. Y en cambio, en el París que la literatura diseca para descubrir perversiones, y que fotografía sorprendiendo extrañas muecas, en imposibles actitudes, Silvio, al echarse a la calle temprano para dirigirse a su taller, se tropezaba con bandadas de madrugadores intelectuales, pálidos de sueño, que asaltaban las limpias cremerías y se desayunaban con un panecillo de media luna y un vaso de leche, antes de desparramarse, vademécum bajo el brazo, a enseñar o aprender: ¡a trabajar! A tal hora, en que los madrileños, pobres o ricos, leen entre sábanas el primer diario que su mujer o sus criados les suben, Silvio veía a los parisienses, ciudadanos de la metrópoli del sibaritismo, según fama, entregarse con taciturna asiduidad a los preliminares de una jornada laboriosa, seguida de otras y otras, interrumpidas por el descanso dominical disfrutado en sencillos esparcimientos, tan distintos del pagano y sanguinario dominguerismo taurino de Madrid…»

El fragmento de comparación de las dos ciudades es mucho más extenso. Cito apenas unas líneas para subrayar cómo la escritora se permite, en estos cotejos, una buena crítica de la sociedad madrileña.

Pasé horas hermosas abducidos por esas 400 páginas que me llevaron a conocer en profundidad la vida cotidiana tanto de Madrid como de París en esos años llamados turn of the century. Recomiendo asumir con calma la lectura y deleitarse con estas páginas.

 

Rubén Mettini

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