No entres dócilmente en esa noche quieta, de Ricardo Menéndez Salmón
Una reseña de Josefa Molina
‘Y tú, padre mío, allá en la amarga cima,
maldice, bendíceme ahora con tus fieras lágrimas,
te suplico,
No entres dócilmente en esa noche quieta,
Rabia, rabia contra la agonía de la luz’
Dylan Thomas.
Escribir de uno mismo es siempre complicado aunque el escritor/a casi siempre escriba de sí mismo cuando ficciona cualquier historia, unas veces con un mayor grado de implicación de la biografía personal, y otras veces, solo con menciones esporádicas, de soslayo. Lo que sorprende mucho más es cuando lo que se narra no es ficción, sino pura realidad, un relato hecho desde los más íntimos demonios del que escribe. De eso trata la última obra del escritor asturiano, Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) de conjurar demonios, de exorcizar sus propia historia personal a través de la palabra.
En ‘No entres dócilmente en esa noche quieta’ (Seix Barral, 2020), titulo tomado de un verso de Dylan Thomas, Menéndez Salmón nos aleja de las historias de ficción a las que nos tenía acostumbrados – por ejemplo en el maravilloso y distópico El Sistema (Seix Barral, Barcelona, 2016) o el impactante Homo Lubitz (Seix Barral, Barcelona, 2018) – para arrastrarnos a una historia íntima, personal, única e intransferible, la de su relación de amor y rechazo hacia la enfermedad de su padre con la que tuvo que convivir desde que sufrió un infarto con apenas 38 años, cuando el Ricardo niño contaba con apenas 11 años.
Con este libro, nos lleva más allá, nos presenta su lado oscuro, la cara oculta de la luna en la que se esconden y agazapan los insolentes mefistófeles, dispuestos a saltarnos a la yugular y arrastrarnos a los más oscuros infiernos, los personales, y lo hace con la maestría de los grandes escritores, con la maestría de los que dominan la palabra tanto para hacer ficción como para ahuyentar su propio sino.
La enfermedad como tema, la escritura como catarsis personal. En esta nueva obra, el autor asturiano nos muestra su fragilidad, sus temores, sus más íntimos pensamientos y, por supuesto, su dolor, sin ningún tipo de subterfugios, sin ningún tipo de concesiones ni de triviales búsquedas de comprensión, sino con el solo fin de plasmar negro sobre blanco la relación que mantuvo con su progenitor y con la maldita enfermedad que marcó toda su existencia, la de los tres miembros de la escasa familia, padre, madre e hijo.
Llena de referencias filosóficas y literarias, el escritor, natural de Gijón, nos lleva de la mano desde los sentimientos, pensamientos y recuerdos de un Ricardo niño hasta un Ricardo adulto que, por fin, logra rozar, sino la paz, al menos sí el sosiego, que produce el vómito de los propios demonios, todo ello haciendo muestra, una vez más, a su capacidad de controlar el idioma, de utilizar la palabra precisa en la frase concreta, de convidarnos a bellas metáforas y de mostrarnos el uso del lenguaje desde la precisión y la belleza. En eso, Menéndez Salmón es todo un maestro.
Por mi parte, solo añadir que adentrarse en la literatura de Menéndez Salmón – en cualquiera de sus obras – es contar con la garantía de estar leyendo a un escritor llamado a hacer historia.
Gracias, Ricardo, leyéndote, una vez más he vuelto a disfrutar de la más bella literatura.
Me parece un «biografía» digna de leerse. Gracias, Josefa Molina, por esta reseña.
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