OTRO GALLO CANTARÍA
Es llamativa la imagen; aunque la piedra y la madera de la casa contrastan con la fibra de carbono y los elementos tecnológicos de la bicicleta, hay una integración armónica entre lo antiguo y lo moderno que cautiva la mirada; un poco surrealista parece, piensa el ciclista antes de sacar la foto.
No desentonan, dice, haciendo una apasionada apología de este vehículo de dos ruedas, ecológico y sostenible, con el que a veces tiene la sensación de volar. A propósito, cuenta que una amiga italiana llama a la bici “fenicóptero”, que es un ave migratoria similar al flamenco.
Si fuera una moto, cree, sí desentonaría, porque rompe el silencio, el rumor de los árboles al viento, el canto de los pájaros, y además echa humo, viciando el aire. No es sana para el medio ambiente. La bicicleta sí.
Esa noche, al acostarme, me puse a pensar en la foto y en lo que me contó mi amigo ciclista y, en lugar de ver un espacio negro lleno de pequeñísimos puntos luminosos (lo que me suele suceder cuando cierro los ojos en la oscuridad), vi dicho espacio repleto de minúsculas bicicletas que brillaban como infinitas luces de colores.
De inmediato me dormí y, ya soñando, alargué una mano, cogí una de aquellas bicicletas, que resultó ser la máquina del tiempo, y partí hacia el futuro.
Fue un viaje fugaz, pero me maravilló ver que, salvo algunas personas que se trasladaban en guaguas o en taxis, que funcionaban con energía renovable, todo el mundo, yo incluido, montaba en bicicleta. Y nadie hablaba de cambio climático ni de calentamiento global.
Segundos más tarde, al despertar, tuve la sensación de que seguía pedaleando. Me gustó tanto el sueño, me pareció tan idílico, que me entristeció pensar en la vorágine de coches en la que estamos inmersos (hay coches a troche y moche) y en el desastre al que estamos abocados a causa de la contaminación medioambiental.
Antes de volver a dormirme me dije: ojalá sea la bicicleta el vehículo del futuro. Entonces otro gallo cantaría.