Secreto de mar
Cada paso le acerca al pueblo en el que vivió su abuelo, su padre y cuentan que él también. Pedro tiene algunos recuerdos, pero son como las nubes que ve a lo lejos, sin formas definidas y efímeros. Es posible que algunos incluso sean inventados por él mismo o por quienes le han contado a lo largo de su vida anécdotas de su familia. A medida que los pasos le acercan al pueblo, le alejan de todo lo que conoce como las palmas de sus manos. Tiene miedo de encontrarse con la verdad, pero también teme seguir viviendo con la incertidumbre que le ha acompañado en sus cuarenta y seis años de vida. Además del miedo y de la incertidumbre, Pedro siente la necesidad de hablarle a sus hijos de su infancia, del lugar donde nació, donde fue a la escuela y donde jugó. Quiere hablarles de sus primeros amigos, con los que tiró piedras, supuestamente, como todos los demás, con los que se peleó alguna vez, como casi todos, con los que hizo algunas gamberradas sin importancia, de esas que sin embargo perduran toda la vida, esas que se recuerdan en cada reencuentro desatando las risas. Quiere contarles algo sobre su madre, porque en algún lugar habrá una mujer que lo trajo al mundo, aunque nadie jamás le haya hablado de ella. Ni siquiera su padre, que un buen día se llevó en su barca todos sus secretos y se quedó dormido en el fondo del mar. Los pasos de Pedro resuenan en la soledad de la arena, mientras el mar le cuenta retazos de una historia lejana. Las gaviotas revolotean sobre sus preguntas y Pedro advierte la primera casa del pueblo. Sabe que no hay nadie, que hace alrededor de cuarenta años abandonaban el pueblo los dos últimos habitantes: un hombre y un niño. Cuentan que allí vivió un pescador que estuvo enamorado de una sirena con la que tuvo un hijo y que ella nunca salió del mar, aunque el hombre se acercaba cada noche a la calita con el niño en brazos. Pedro escucha las olas y cree oir una nana. Se acerca a la calita y se sienta en una piedra. En medio de la oscuridad siente sobre su espalda las miradas que asoman por las ventanas desvencijadas de las pocas casas vacías y derruídas del lugar. Un murmullo frío y punzante se le clava en la nuca y le atraviesa los pensamientos. Entre las olas una voz de mujer canta una nana, el estribillo lleva el nombre de los hijos de Pedro. Él se va sin volver la vista atrás. Tiene prisa por llegar a su casa y cantar la nana a sus niños. Tal vez algún día les cuente algo más.
Un cuento muy bonito, con un final que deja abierto para que el lector entienda mucho más de la historia. Felicitaciones.
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