Muñeca rota
Apuró el paso, apenas anochecía, pero el viento y la llovizna dibujaban ausencias en la calle.
Ella, luchando sola con un paraguas inútil.
Atrás ellos, descubriendo a la presa.
Sintió los pasos ajenos y apuró los suyos. Igual la alcanzaron.
Dos hombres en la calle solitaria, dos hombres en el viento y la llovizna. Dos hombres con fuego en la mirada.
Primero palabras disfrazadas de inocencia: ¿Solita, no tenés miedo, tan linda?
Luego una mano rasgando el suéter, otra deteniendo las suyas y los ojos ardientes tocándola antes de tocarla.
La mano fuerte, inmensa, ahogando su grito y la fuerza brutal del ataque, los golpes, las groserías, los jadeos insultando la piel de sus mejillas y su cuerpo obligado a conceder placeres.
La eternidad en un momento, todo el horror junto.
Y después la amenaza: No pasó nada, ¿entendés? Nada…
Y ella asintiendo sin querer, pidiendo a la lluvia que se haga diluvio para limpiarla de tanta inmundicia…o para ahogarla.
El vómito la hizo reaccionar. Empezó a llorar pidiendo ayuda.
Hendijas iluminadas la observaban con sus ojos cobardes.
Supo que estaba sola y entonces le creció la furia y se sintió María, Juana, Lucía, Andrea, Marta, Silvia. Se sintió todas las mujeres del mundo y sintió la fuerza de todas ellas.
Su grito fue un rugido que desgarró la noche.
¡HIJOS DE PUTA! A los que me hicieron esto, a los que fisgonean con la cola entre las patas, a los que permitieron que esto me pasara… a todos… ¡HIJOS DE PUTA!
Se sacudió las lenguas, bocas, cuerpos y hedores ajenos y comenzó a arrastrarse por los adoquines.
La avenida a pocos metros, ridículamente iluminada y bulliciosa. Se acordó de aquella muñeca que su abuelo había arreglado y a la que quería más que a ninguna por sus cicatrices.
Alguien se arrodilló a su lado… ¡Una ambulancia, una ambulancia….! Pobrecita…
La lluvia y ella entrelazaban lágrimas y silencios.
Cuando la ambulancia se puso en marcha, la médica acarició su frente. Ella la miró y con una voz casi inaudible preguntó:
¿Sabés arreglar muñecas rotas?
Facebook: Norma Domancich
Muy bueno el relato breve. Me llamó la atención porque yo publico ahora una novela que comienza con una violación similar a la tuya, se llama Helena Herida. Tú, Norma, escribiste esto desde La Plata, y mi muñeca rota vivía en Barcelona. Sigue participanto en Palabra y Verso y mi enhorabuena.
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Muchos se creen muy valientes cuando en realidad son unos cobardes
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