Orangután
Nada que hacer. Esperar que enciendan la luz y tocar la piel fría del plátano. Ya se empieza a descomponer. La enfermera es gentil. Me trata con cuidado. Además siempre tiene ese perfume tan suave. Todo es demasiado blanco cuando hay luz. Ella la enciende. Me controla el pulso y me pone un instrumento helado entre los pelos del pecho. Nunca me habla, pero todo lo hace con consideración.
El hombre de blanco tiene los dedos finos y me mira con extrañeza, me analiza, va viendo como crezco.
En los últimos días doblaron las raciones de alimento. Ellos hablan y miran planillas. Ella anota cifras y palabras en las hojas, mientras yo como. Más tarde salen de la habitación y apagan la luz.
No hay olores. Quisiera bañarme en un estanque. Desde donde estoy hasta la pared hay 4 pasos, luego giro y otros 4 pasos, 4 más y vuelvo al lugar donde estoy sentado. El hombre de blanco tiene razón: crezco. Los pasos son cada vez más cortos.
Puedo engancharme en la barra del techo y desde allí mirar el suelo. Mañana me traerán una pata para comer. Ya lo tengo calculado. Al día siguiente del plátano, toca una pata de pollo. No se preocupan por lo que me gusta o no. Con luz, todo sería más fácil, hasta colgarme del techo. Así, a oscuras, me da sueño y me quedo dormido no sé cuánto tiempo.
Sé que soy el resultado de un embrión congelado. Eso lo repite el hombre de blanco cada vez que alguien viene a verme. De escucharlo, aprendí que el espermatozoide era de un hombre y el óvulo de una orangutana. Lo repito de tanto oírlo, pero lo no entiendo demasiado.
A veces voy repitiéndome las cosas que ellos dicen. Aprendo con rapidez. «La ingeniería genética no es un eufemismo. Véalo aquí», dijo ayer el de blanco bien erguido. Sonaba tan bien todo eso en su boca. «¿Y si pensara, como nosotros?», preguntó la enfermera. El de blanco le respondió: «Eso lo conjetura porque la bestia tiene rostro humano, pero la conformación de su cráneo es absolutamente animal. Apenas siente frío o calor, hambre o sed. Nada aproximado a un silogismo».
Después ella guardó unos instrumentos en una caja de metal, apagó la luz y los dos salieron.
Sigo preguntándome, mientras toco la piel fría del plátano, ¿por qué no me dejan la luz encendida?
Facebook: Rubén Mettini
Seguro que si hablaran dirían lo que dices y más. Hay tanto que decir de estos temas…!! Un relato que refleja emoción y una psicología animal maravillosa que pocos entienden. Grande, compañero! Un abrazo! Chari Ibrahím
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Rubén, me pareció excelente como describís la soberbia humana. Un abrazo
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[…] Origen: Rubén Mettini – Orangután […]
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Mis felicitaciones mi queridísimo amigo. Un abrazo GRANDE.
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Muchas gracias, Juan Francisco. Es un gusto publicar aquí así como leer este blog con poemas, relatos y reseñas tan interesantes.
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¡Qué bichito más bonito! qué gracioso, ¿de dónde sacaste la foto? Qué cosita tan linda! Que cosa más dulce ! Tu relato me gustó muchísimo y me gustó la forma simpática, simple y graciosa de exponer un tema que puede abrir debates de una gran polémica actual. El relato, Rubén, por lo maravillosamente escrito que esté, podría usarse como texto didáctico en clases de Biología en Institutos y Universidades. ¡Felicidades! Recuerdos, besos y abrazos desde Londres, Andrea Molina.
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