El ramo de flores
El ramo fue la excusa para la visita y el detonador que desató la pasión tanto tiempo contenida. Ojalá se hubiese decidido antes. Mientras colocaban las flores, rozándose las manos, acariciaron los contornos del jarrón saharaui y posaron temblorosas las yemas de los dedos sobre los lirios y las azucenas, mirándose amorosamente. El primer beso fue como un viaje por las nubes con los ojos cerrados. Suspiraron sin aliento al separar un instante sus bocas, sonrientes, cautivados.
-¡Tienes la mirada tan tierna! –le dijo ella.
-Y tú una boca golosa –replicó él, mientras se despojaba de la camisa. Ella, quitándose el vestido, se acercó al ramo de flores para coger un lirio, con el que acarició suavemente el pecho de su amante.
-He soñado muchas veces con este momento –dijo él, jadeante, cerrando los ojos cuando la flor recorrió, sin prisa, el contorno de su cara.
¡Ay, mi amor, esto es de verdad, pero me parece un sueño! –susurró ella.
-Vamos a vivirlo entonces, cariño.
Y mientras se amaban apasionadamente, olvidados del mundo y de todo, entregados al placer de los sentidos, él cruzó de soslayo su mirada con el jarrón saharaui y, esbozando una encantadora sonrisa, pensó: ¡Bendito ramo de flores!
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