Un recorrido por la noche
Entregado a los abrazos del silencio he decidido reflexionar sobre la noche, inmerso en su magia, cuando todos duermen y sólo mi sombra se acerca y se mueve como si intentara mecerme en su regazo. ¿Será el mañana, lejano, la noche que se hace eterna o será un mundo de luz en el que la oscuridad no volverá a poseerme?
La noche, la del día a día, es la amante que me inspira, que me cuida, que me lleva, de manos, al descanso y a verle la cara a seres que están ahí, observándonos. Es la noche la que me tapa, amorosamente, cuando las mantas caen al suelo por pesadillas y por sueños que me llevan a lugares faltos de todo, a desiertos llenos de víboras que hacen que mi sudor, el de mis huidas, se mezcle con los humores de los eróticos sueños, de esos que hacen que tu desnudo me desnude y rodemos por laderas hasta caer al mar de flores que nos cubre hasta el amanecer, movidos por la acompasada música de flautas y de liras, esas que acaricia Loreena Mckennitt cuando decidimos escucharla, entre abrazos y besos y viajes a mundos de los que no queremos regresar.
Es el momento de los miedos, de esos que padecen los que me cuentan historias para no dormir, de la preocupación de los otros, de los que lo ven todo de color negro, los que piensan en el no despertar y seguir dormidos por siempre, la otra noche, esa de la que no se vuelve. Lo cierto es que me decidí a recorrer la noche por calles que no solía atravesar, se escuchaban pasos que nadie daba y las sombras se precipitaban como si desearan saludarme.
Habían pasado unos instantes, y la soledad se hacía más palpable, cuando se escucharon otros pasos. Me percaté que no se trataba de los míos, me paraba, a conciencia, para no separarme de aquellas pisadas que se me acercaban, yo diría que deseosas de rondarme. En ningún momento hubo nada horrísono en aquellos sonidos que se me aproximaban. Me viré y vi como un anciano caminaba, con un paso acompasado, sin apenas dificultad. Esperé por él, entre otras razones, por aquella atmósfera tan cargada de ausencias en las que se palpaba lo sublime. Miré su cara y después de tomar resuello comenzó a hablar, con una claridad diáfana y llena de matices, con un rico vocabulario, cargado de figuras alejadas del uso habitual. Comenzó por darme las gracias por tener la deferencia de esperarle. Te me pareces mucho a un joven que yo conocí, hace ya algunos años pero, muy posiblemente, sea una curiosa casualidad.
Me invitó a sentarme en una acequia, cercana a una cantonera, por la que discurría un agua transparente sobre un musgo verdoso que en el fondo se apreciaba. Me empezó a narrar historias, curiosamente, y a decir que la noche y el día poco habían cambiado y que sus quimeras en pro de una sociedad más igualitaria y solidaria, en la que la violencia fuera algo infrecuente no las había podido ver hechas realidad a pesar de los esfuerzos que se habían hecho. Le dije que no recordaba su presencia aunque, en realidad, me resultaba cercano. Yo diría que, en el fondo, se me parecía a pesar de aquellos caminos, sinuosos, que recorrían su cara y de aquella cabellera totalmente nívea que asomaba a ambos lados de un gorro, de tela de color rojo, que le protegía del fresco de la noche. Hubo un momento en que me sentí levitar y me vi andando en compañía de seres silenciosos que se dirigían a un portal en el que la luz me deslumbraba. Fue en aquel momento cuando volví y el anciano ya no se encontraba a mi lado. Se había ido pero era imposible hacerlo tan de repente pero lo cierto es que ya no se encontraba a mi lado a pesar de que lo deseaba.
Eso tiene la noche, realidades y sueños que se confunden y a los que, en muchas ocasiones, no les encontramos explicación lógica pero es lógico porque la noche, esa oscuridad que nos atrapa por horas, lleva consigo esos misterios. Es capaz de traernos a nuestro lado a seres que se han ido, haciendo posible lo imposible, y a los que tanto echamos de menos y tanto deseamos besar y abrazar; también nos lleva a conocer a seres imaginarios, extraños que se cuelan en nuestros sueños no encontrando explicación a su presencia.
Yo no sé lo que pensar en cuanto a ese señor que me invito a sentarme, a su lado, y que en un momento, posiblemente cuando se iba, me tocó el hombro y, tímidamente, me hizo una caricia, tocándome el pelo y recorriendo con sus dedos mi cara. Eso sentí y con ese cariño que me turbó, agradablemente, quise quedarme con mi recorrido por la noche.
Escribí, hace ya años, una frase en la que la protagonista era la Noche y me ha parecido que debía terminar este relato con ella:
“Cuando duermo acurrucado en los brazos de la Noche y ésta ve que la inspiración entra en juego me da un toque, muy suave, para que despierte y anote aquello que he creado en mis sueños.”
Facebook: Juan Francisco Santana
Lo vuelvo a leer… Precioso Juan Francisco. Esta vez lo he leído de noche, acompañada de la tímida luna, pues ahora está menguante. Gracias por esta reflexión e historia tan bella.
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Muy agradecido a Macu Flores por su atento comentario. Muchísimas gracias.
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