FOTO- RELATO Atardecer en La Laguna desde una azotea

Atardecer en La Laguna desde una azotea

Es una ciudad con el tacto humano de las ciudades antiguas,

y tiene en el centro de su metáfora de ciudad

la palabra que la define: plaza.

Es una ciudad que es una plaza y es en sí misma un universo.

Juan Cruz Ruiz

 

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La Laguna a partir de esta descripción del periodista Juan Cruz más que una ciudad real casi parece más una de las fabulosas ciudades relacionadas en la obra inolvidable Las ciudades invisibles de Italo Calvino.

Si tengo que escribir sobre la ciudad de La Laguna también puedo quedarme un poco deslumbrado ante lo legendario, el peso de la historia y lo mítico, porque hasta en sus tiempos más recientes ha continuado construyendo la ciudad una especie de tela de araña que es su halo de misterio y de leyenda, con su galería de héroes particulares. Me gustaría mostrar mi visión en la compañía de algunos de esos personajes ilustres, a través de pequeños encuentros con esos relevantes ciudadanos, todos ya lamentablemente desaparecidos, que han destacado por su vinculación con la ciudad en su historia más reciente, en el contexto de un lugar muy especial.

Quisiera por tanto empezar mi descripción con una referencia, con el recuerdo de una anécdota que vi en la televisión hace muchos años. Se trataba, creo, de un reportaje en que el desaparecido y entrañable profesor Adrián Alemán de Armas realizaba una hermosa metáfora sobre las viejas tejas de los edificios de La Laguna. Decía algo así como que si pudiéramos ponernos una de esas hermosas tejas gangrenadas por la humedad a modo de caracola, junto al oído, cuantas historias podríamos escuchar.

Hoy la Biblioteca Municipal (antiguo Hospital de Dolores), una de las instituciones más democráticas que existen realmente en mi opinión, donde se guardan en los libros infinitas historias, lleva su nombre como merecido homenaje. Siguiendo la propuesta poética del profesor Alemán, el recorrido nos llevaría evidentemente a un tejado, a una azotea desde la que divisar la ciudad, para contemplarla en su esplendor y escucharla, quizás tomando una teja muslera y poniéndola junto al oído como si fuera una caracola.

Un lugar excelente y céntrico para contemplar la ciudad podría ser la terraza del Teatro Leal, que hace casi cien años que se inauguró gracias a la aportación de un ciudadano que no recibió toda la gratitud que hubiera merecido su generosa contribución a la cultura de la ciudad, don Antonio Leal. Desde la azotea remodelada recientemente se puede tener una perspectiva bastante generosa y completa del ámbito urbano y su entorno, las pequeñas colinas que funcionan como una antigua fortificación y al fondo siempre el mar y el Teide.

Desde esta atalaya es inevitable sentir distancias que nos llevan a un abismo de tiempo, donde todo parece siempre tan lejos e inalcanzable. La Laguna se sumerge en la historia más cenagosa de la isla. Pero probablemente la vega no fue un lugar de población para los guanches, los primeros pobladores, que preferían la vida pastoril y para sus moradas, los barrancos con sus cuevas y abrigos. Alejandro Cioranescu en su Guía histórica de La Laguna aclaraba que el campo de La Laguna debió de ser simplemente dehesa y lugar de tránsito desde luego muy frecuentado como lugar privilegiado de comunicación entre el norte y el sur de la isla. Después llegaría la conquista que acabaría con esa memoria antigua desvanecida para siempre.

Buceando en la memoria de los papeles antiguos y ajados, el polvo mágico del archivo municipal, la profesora Manuela Marrero que dedicó la vida entera a transcribir documentos esenciales de la historia de la ciudad y la isla, podría contarnos como fue el poblamiento uno de los principales problemas para los castellanos capitaneados por don Alonso Fernández de Lugo en el asentamiento, colonización del territorio y posterior creación de La Laguna. <<La necesidad de atraer vecindario y fijarlo a la tierra llevaría al Adelantado a establecer una serie de condiciones de fomento, en relación con los tributos, la entrega de tierras y solares a cambio de permanecer, construir casa y plantar viña. La Laguna se convierte en un mosaico que atrae no sólo a castellanos, sino a portugueses, genoveses, flamencos y otros europeos en su genésis y desarrollo durante lentos siglos>>

El pasado es imprescindible para comprender este presente que se muestra ante nuestros ojos desde la azotea del teatro Leal, para donde quiera que miremos una perspectiva de la ciudad. Enfrente, oculta tras una gran araucaria ahora está la torre de la iglesia de la Concepción. <<En aquellos días primeros tras la conquista, en el lugar que más tarde ocuparía la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción se levantó un tabernáculo de madera cortada en los montes inmediatos y en el los diez sacerdotes que acompañaban a don Alonso Fernández de Lugo celebraron la fiesta con el ceremonial de la liturgia del culto católico, terminando en solemne procesión>>.

Pedro González, ilustre pintor y alcalde que fue de esta ciudad aunque con cortesía, ha rechazado todo protocolo y ejercer cualquier privilegio de anfitrión, por lo que hasta ahora había dejado hablar a la locuaz y sabia profesora. <<Esta ciudad es la casa de todos>>, dice y recuerda otra fiesta, la fiesta del regreso de la democracia, cuando en la ciudad, como en el resto del país, comenzaron a desvanecerse las brumas de la gris disctadura. Los guanches y castellanos del muralista Carlos Acosta, los paisajes locales, las mazas de plata, el pendón, todo ese simbolismo en el Salón de Plenos del que fuera primer ayuntamiento de Tenerife sirvió en 1979 para otra liturgia. <<Mucho ha cambiado esta ciudad desde entonces. Pero yo como artista debería hablarle de los colores, los colores actuales que vemos en los edificios de la ciudad se pueden justificar históricamente por las estratigrafías de las paredes. Hay casas de más de un siglo pintadas con esos colores tiernos: ocres, amarillos, rosas, azules, verdes…>> Fue en nuestra Aguere en ebullición de los años 80, entre revueltas y movilización universitaria cuando se comenzó a recuperar el color de una ciudad que se había sumido en las oscuridades de la represión.

Desde la Concepción se observa el continuo fluir de gentes por la calle de La Carrera, esa arteria esencial de vida en la que las casas y los edificios modernos están pintados de alegres colores.

Deberíamos girar un poco a la derecha la mirada, desde esta posición para observar la ciudad que desciende desde la iglesia de La Concepción, núcleo primigenio junto a la Plaza del Adelantado, en esa ciudad doble que surgió tras la Conquista, hacia la Junta Suprema y más allá, allí estuvo la mítica laguna. Precisamente la laguna y el San Cristóbal que dan nombre a la ciudad, sorprendían por su ausencia cuando en los años cincuenta una curiosa viajera llegaba a la ciudad y trataba de descubrirlos. Se trataba de la poetisa Dulce María Loynaz y los encontraría en un antiguo retablo de la iglesia de Los Remedios a uno y evocando el agua que existió hace siglos en aquel lugar a través de los relatos que otros le contaban, de lo que quizás pudo leer en algún libro, como explica en el séptimo capítulo de su mítica obra Un verano en Tenerife.

Esa laguna evocada pudo hundir el castillo del camino largo, la vieja casa de don Domingo Cabrera Cruz y su mujer, Laura de la Puerta, que decían que se construyó sin cimientos sobre la tierra blanda y que un día se hundiría en las aguas de la laguna sumergida. Y no se hundió la original vivienda más que en el abandono durante un tiempo entre ese idílico paisaje que esta tarde observamos.

María Rosa Alonso diría que ese paisaje, que este paisaje de la azotea como el amor, no se puede buscar sino que se encuentra a veces cuando menos se espera. Precisamente una tibia y clara tarde de otoño, como podría ser esta hace más de 60 años, cuando redactó sus Papeles Tinerfeños, recordaba los elogios antiguos del poeta Viana que ofreció al hondo y espacioso valle entre la Mesa Mota y el ámbito montañoso de San Roque a Las Mercedes. <<Bonita tarde, ¿verdad, joven? Pues sobre el poeta Viana hice mi tesis doctoral. Algunos años fui profesora de la Universidad de La Laguna, eran tiempos infames y una mujer nunca habría llegado a ser catedrática y menos teniendo en cuenta la filiación política de mi hermano que fue diputado de la República>>.

<<La Universidad tiene mucho que ver con ese edificio que ve usted ahí enfrente>. Como acróbatas desde esa visión hay que girar sólo un poco para mirar el edificio al que se refiere María Rosa Alonso, es el Instituto Cabrera-Pinto, antiguo Instituto de Canarias, con su torre enmarcada entre palmeras, tantas cosas ocurrieron entre su claustro, sus aulas y sus centenarios muros. <<En 1906 durante la visita del rey Alfonso XIII el director del Instituto, don Adolfo Cabrera Pinto aprovechó para pedir al monarca el restablecimiento de la Universidad de San Fernando y se lograría en 1913 un Real Decreto que creaba de nuevo algunas enseñanzas universitarias>> Y a su lado, apenas sosteniéndose por sus hermosas columnas sin cubiertas, el convento de San Agustín, víctima de un antiguo incendio y del abandono y del olvido. A mi me recuerda un tiempo de infancia, diría el profesor Alemán: <<La yerba crecía en la calle. Por las calles empedradas, las paredes de las casas rezumaban la humedad de la lluvia de la noche anterior y en los aleros resaltaban los verodes, reyes de las alturas, que contemplaban los juegos infantiles y jugaban con cometas que remontaban los aleros buscando el sol>>

Precisamente el sol comienza a declinar en esta visita, pese a que ya a nuestra mirada se dirige hacia la catedral entre azoteas y tejados sorprendentes que uno no reconoce desde la calle, cristales que relucen.

<<Tantos días pasando por aquí. Triste o alegre, con la vida pasando por aquí, o con la costumbre de la vida –es igual- pero pasando siempre por esta calle y esta plaza con árboles>> diría finalmente el genial poeta Arturo Macantti de su Guerea, observando de nuevo la plaza de La Concepción. <<Pues es verdad que nunca había visto estas perspectivas, estos tejados>>.

Tantos días pasando por aquí y rara vez se da cuenta uno de la maravilla que es vivir y soñar en esta ciudad, que nunca fue una ciudad ideal, que es la ciudad viva e imperfecta que todos construimos cada día, caminando, trabajando, estudiando, sintiendo, que recordamos, que nos recuerdan.

Facebook: Fabio Carreiro

2 comentarios

  1. Tengo un hermoso recuerdo de La Laguna que se renueva al leer este magnífico texto de Fabio Carreiro, entretejido con los recuerdos de otros escritores. No puedo desligarme de la imagen que tenía de ese lugar antes de conocerlo. Una enorme laguna que iba desagotando y cayendo en cascadas hasta llegar al mar en el Barranco de Santos en Santa Cruz.

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