Estupor y temblores, de Amélie Nothomb
Una reseña de Mar Zeraus
Estamos ante un relato autobiográfico de la escritora, nacida en Japón, de nacionalidad belga, Amélie Nothomb. Una obra publicada en 1999, premiada y llevada al teatro y al cine, la cuál retrata el sistema jerárquico laboral de Japón. Con una prosa sencilla, fácil de leer, la autora, con giros de humor, nos cuenta su incorporación y su debacle en la empresa Yumimoto.
La novela parece sencilla, descriptiva de las relaciones internas de una empresa, pero en determinados fragmentos podemos encontrar un pensamiento profundo, filosófico, que le suman calidad al conjunto. Así, en la página 101, la autora escribe:
«De pequeña, deseaba convertirme en Dios. Enseguida comprendí que era pedir demasiado y agüé con un poco de agua bendita mi vino de mesa: sería Jesús. Rápidamente, me di cuenta del exceso de mi ambición y acepté «hacerme» mártir cuando fuera mayor.»
Y continúa su perorata varios párrafos más abajo:
«[…] me permito subrayar la extraordinaria tesitura de mis talentos, capaces de cantar en todos los registros, tanto en el de Dios como en el de Madame Pipí.»
La escritora, con un gran sentido del humor, nos va colocando en la cruda realidad que le está tocando vivir en una empresa que no la valora. Cómo los trabajadores japoneses, rozando casi la esclavitud, son sumisos ante el sistema capitalista feroz de la empresa en la que trabajan. Cómo se deben a la misma. Así en la página 125, habla de la tasa de suicidio de Japón, y de la cerveza obligatoria que se toman al salir de la empresa los trabajadores trepanados. Narra también el papel subyugado de la mujer japonesa, doblemente anulada, en la empresa, en el matrimonio, en la sociedad, cogiendo de ejemplo a su jefa directa Mori Fubuki.
El título de la novela lo desvela en la página 131, informando que para dirigirse al emperador, en el antiguo protocolo nipón, hay que mostrar exageradamente estupor y temblores. Así es como se tienen que mostrar los trabajadores ante sus superiores, algo que no le sale de forma espontánea a nuestra protagonista, lo que le va a complicar bastante su paso por la empresa.
Otro excelente fragmento lo podemos encontrar al final, en la página 142:
«La ventana era la frontera entre la terrible luz y la admirable oscuridad, entre los retretes y el infinito, […]. Mientras existieran ventanas, el más débil de los humanos tendría su parte de libertad.»
En este punto me acordé de Meursault, ese extranjero en prisión, que dijo: <<un hombre que no hubiera vivido más que un solo día podía vivir fácilmente cien años en una cárcel, tendría bastantes recuerdos para no aburrirse>>; de la genial obra de Albert Camus, “El extranjero”.
En definitiva, es una novela corta de tan solo 143 páginas, fácil de leer, que tiene un fondo para analizar y compartir. Así que la recomiendo.
MAR ZERAUS