Loli Pérez – 3 de agosto

3 de agosto

Fue en aquel día de agosto
cuando se partió la tarde en mil pedazos
y rodaron por el suelo,
hechas añico,
las horas llenas de sol.

Se condensaron los minutos
dejando en suspenso un latido
que, al poco, tañó en golpe sordo
rompiendo las paredes empapadas de sal.

Se impuso una amainada tormenta
que dejó charcos vacíos, secos;
mientras una lluvia fina calaba hacia adentro
humedeciendo los huesos resecos.

Y un viento templado esparció los anzuelos, 
las boyas, los lebranchos…
y el agua salada fluyó a borbotones
por los ojos cerrados, por las comisuras rajadas, 
por las dilatadas venas. 


Ahora, el hombre lleno de mar yacía pleno.
El aire entraba, al fin, a raudales 
por entre sus alveolos –sin dolor-
en una bocanada inmensa.
                                        
  Y en sus labios de brisa marina
se petrificó el rictus
dejando su cuerpo, esta vez sí, 
varado en la orilla.
Empero su espíritu, siempre libre, ligero,
emprendía el vuelo a ras de la plateada espuma. 


   Lola May

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