Teresa Ojeda – El refugio

El refugio

Se cumple el año desde que empezó la guerra. Las bombas han destruido casi todos los edificios de la ciudad. Milagrosamente, una buena parte de la biblioteca municipal se mantiene en pie y, ahora, esta ruina que fue templo de la sabiduría, se ha convertido en mi refugio. Paradojas del destino, cuando me cobijé aquí apenas sabía leer; aunque cuento quince años, la vida me ha negado el derecho a ser como los otros muchachos. A los diez años me fugué del orfanato. Soy lo que se dice carne de cárcel, pero les juro que, jamás, robé. Siempre intenté ganarme mi comida, y ahora me considero el joven más rico y afortunado de la ciudad. Tampoco es que haya muchos jóvenes por aquí. Solo soldados con caras de niños asustados, y cadáveres de soldados que fueron niños y ya no pueden dejar de mostrar el espanto en sus rostros sin vida.

Apenas en un año he devorado una buena parte de los libros que han sobrevivido a las llamas. Ya leo de corrido, ya entiendo lo que los libros me quieren contar. Lo que me dicen, lo que me trasmiten. Ellos son mis amigos. Ellos y el sótano del supermercado adyacente, del que se abrió un pequeño boquete por el estampido de un obús, y que me permite abastecerme de comida y bebida, eso sí, con el miedo de que los escombros que se amontonan sobre mi cabeza me aplasten y me entierren para siempre. Pero no es bueno pensar en eso. Mejor pienso en los libros.

Desde muy pequeño los libros llamaron mi atención, y en las tardes de tedio solía sentarme en la escalinata de esta biblioteca que hoy me cobija, para observar no sin envidia a los niños, hombres y mujeres que salían de su interior con ejemplares debajo del brazo. Mi mayor ilusión era atreverme algún día a preguntarles a cada uno de ellos por qué los habían elegido. Qué paraísos soñados describían… de que hablaban… Ahora todos los libros de esta ruína son míos. A lo largo de este espeluznante año en el que la guerra todo destruye, he encontrado en ellos lo que necesito para huir de la pesadilla. Si el enemigo no me descubre y tengo la suerte de sobrevivir a los escombros, al final, seré sabio. Seré ingeniero, matemático, poeta… escritor. He aprendido a ver en medio de los horrores de esta guerra, mi oportunidad. Soy un topo, un ratón, pero esperaré aquí el final de la guerra, confiaré en que llegue la paz. Denme tiempo y los asombraré con mi sabiduría. Les explicaré los beneficios de la paz, jamás diré que aprendí gracias a la guerra. Es que puedo ser sabio, pero echo de menos la luz del sol y un amor de libro. No quiero seguir siendo el único joven vivo de mi ciudad.

Teresa Ojeda

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