Visitas a los enfermos

Cuando los nietos preguntan a Rosa qué recuerdos tiene de su madre, responde sin demora: las visitas a los enfermos. Más que una costumbre era una pasión. Por Semana Santa o en cada una de sus cuarentenas, intentaba persuadir a su madre de que no saliera sola a la calle, advirtiéndole que el sol le hacia daño o que no saliera sin comer, pero su madre desoía los consejos escurriéndose a la calle por su cuenta.
Contaba Rosa a sus nietos que los enfermos eran siempre los mismos; pasaban años en eternas convalecencias, enfermedades largas a las que se referían como dolencias; ni morían ni sanaban, se aliviaban, se alentaban, tendidos en silenciosas habitaciones de techos altos con olor a alcohol, a mentol, a limoncillo y yerba buena, esperando la visita final, la muerte natural. Mientras tanto, a ratos dejaban escapar una quejido, una puntada, un compas de ayes suspirantes solapados por el crujido de las vigas de carruso; mientras, los parientes les rodeaban tomando café y hablado del acabo del mundo.
A la vuelta, se quitaba el vestido de popelina de largas faltriqueras, lo alisaba, doblaba y guardaba en su maleta con olor a alcanfor, mientras Rosa respiraba también aliviada por su regreso.
Nira Suárez
Relato que despertaron muchos recuerdos en mí.
Muy bello. Y bueno.
Incluso las palabras propias del lugar que hace muchos años y en raras ocasiones había escuchado.
Muchas gracias.
Felicidades
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