TE RECOMENDAMOS… Panza de burro, de Andrea Abreu

Panza de burro, de Andrea Abreu

Una reseña de Rubén Mettini

El éxito de esta novela fue totalmente inesperado. Sin imaginarlo, se transformó en la sorpresa editorial en las islas. Fue corriendo de boca en boca, se hicieron nuevas ediciones y la misma autora comentó en el reportaje del programa Canarias Cultura de RTVC que algunos lectores y lectoras compraban varios ejemplares para regalar a sus amistades, por el gusto que les había dado el libro. Tratar de dilucidar por qué una novela llega a tanta gente resulta difícil. Aquí intento observar algunas de las bazas que posee Panza de burro (Editorial Barret, 2020)

Es cierto que es una lectura feliz. Se entra y uno quiere seguir leyendo, como si no pudiera renunciar al placer de la lectura. Su prosa arrolladora se engulle. Nos sumergimos en el relato de una niña que utiliza una lengua muy coloquial para contar sus peripecias. Resulta raro ver como la autora crea una prosa poética y basta al mismo tiempo, basándose en la vida cotidiana, en los afectos, en los juegos, en los deseos sexuales de la infancia…

Al utilizar muchos canarismos, el lector corre por las hojas como si estuviera escuchando hablar a gente de la calle, pero también la prosa usa anglicismos ya incorporados a la lengua de los jóvenes como bitch, shit, foquin (por fucking), mésinye (por Messenger) y muchos más. La editora Sabina Urraca dice en la introducción: «No refleja el habla canaria, porque es solo el habla de un lugar concreto, de un barrio concreto, de dos niñas concretas, de cien viejas concretas».

Algunos críticos relacionaron la escritura de Andrea Abreu con la de José Luis Morales, en su novela Sima Jinámar, publicada en 1977. También la editora menciona a Morales quien dijo que la literatura latinoamericana de los 60 y 70 del siglo XX liberó la lengua de ataduras. Si Morales citaba a Cortázar como propuesta liberadora, a mí la lengua coloquial transformada en literatura me trajo recuerdos de Boquitas pintadas o El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, un magnífico autor argentino que la crítica siempre desvalorizó -hasta que apareció Piglia para reivindicarlo– por utilizar la lengua hablada, especialmente por las clases bajas, en sus novelas.

La escritura tiene una gran naturalidad, sin embargo, se intuye gran elaboración en la prosa. Todo parece muy sencillo y, a la vez, poético. La dificultad invisible, la apariencia de simplicidad es virtud primordial de Andrea Abreu.  La narradora es una nena de 10 años muy amiga de Isora –el gran personaje de la novela–; las dos suben y bajan por las calles de los altos de Icod de los Vinos, el pueblo natal de la autora. Me llama la atención la mezcla de tradición y modernidad de los pueblos canarios, teniendo en cuenta que la autora tiene 25 años y su niñez fue a comienzos del siglo XXI. Así que podemos situar la acción en 2005.

Como breve apunte biográfico, Andrea Abreu nació en Tenerife. Estudió Periodismo en la Universidad de la Laguna y, en 2017, ya instalada en Madrid, cursó el Máster en Periodismo Cultural y Nuevas Tendencias. Escribió artículos como periodista, participó como poeta en varias antologías. Publico el poemario Mujer sin párpados (2017) y el fanzine Primavera que sangra (2017), donde realiza un análisis poético sobre el dolor menstrual. Esta es su primera novela.

Citaré el inicio del capítulo «Un cuchillo en el tronco», donde se muestra la desazón que provoca en la gente la calima, la indecisión de la llegada de la lluvia.

«El cielo amaneció tan tapado que a la gente del barrio nos daba ansiedad de que lloviera o de que hiciera sol, pero que por favor no siguiese amenazando sin tomar un camino o el otro. A veces deseábamos la lluvia como quien pedía que le clavasen un cuchillo en el tronco porque estaba agonizando, como cuando los gatos le comían el rabo y las patas a los verdinos o les arrancaban la cabeza a las lisas y ellas seguían removiéndose en el suelo como si de verdad no se hubiesen muerto ya y pudiesen seguir viviendo sin cabeza. Igual que los gatos seguían jugando con ellos mientras agonizaban, igualito sentíamos que el cielo estaba pasando el rato con nosotras».  

Lean la novela, déjense ganar por la voz de esta niña, compartirán muchas de sus experiencias y descubrirán una novela escrita con una prosa maravillosa.

Rubén Mettini

2 comentarios

  1. Muy de acuerdo contigo, Rubén. El libro hay que leerlo. De primeras te asombra el atrevimiento, la naturalidad, algo que te atrae inexplicablemente, luego, como dices, te das cuenta de lo difícil que es conseguir eso. A tu reseña añado que la historia lleva también una buena dosis de desgarro.

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