La verdadera condición de la especie humana

Cuando era pequeña no le daba ninguna importancia a las diferencias de color, rasgos, cuerpos, edad, si eran hombres o mujeres. Realmente integraba a las personas en mi palacio mental y lo hacía desde la postura que consistía en que, cada persona que conocía, era única e irrepetible. No fue hasta el colegio, cuando aprendí que las personas le daban importancia a marcar paulatinamente las diferencias: joven, mayor, alta, baja, gorda, flaca, negro, blanco… Recuerdo la primera vez que me dijeron que mis padres tenían diferente color al mío, a lo que yo siempre respondía que eran mis padres, así fueran del color del durazno o del color del café tostado. Realmente no podía entender por que las personas se paraban a observar necedades que no eran tan esenciales y no pensaban en el amor y bienestar que mi familia adoptiva, me proporcionaba. Puede que de ahí venga esa gran diferencia, de haber tenido la gran suerte de realizarme como persona en un ambiente en el que se respiraba amor, respeto e igualdad, siempre. Mis padres me adoptaron siendo yo un bebé. Llegué a Europa a través de un viaje muy tortuoso, donde mis padres perdieron la vida y yo, quedé huérfana al pisar la tierra donde se esperaba “un futuro mejor”. Mi madre era la psicóloga que se encontraba recibiendo a los inmigrantes. Al ver que había un bebé que había perdido todo, algo se le removió por dentro y me tomó en sus brazos. Creo que esa noche conectamos como madre e hija, ya que mi madre no paró hasta conseguir, por todos los medios, mi custodia. Movió cielo y tierra junto a mi padre, que también trabajaba en aquel equipo, era uno de los médicos que atendían a todas las personas que iban llegando en aquella oleada de inmigración. Mis padres eran blancos y yo negra. Me habían enseñado tanto el valor del interior que jamás vi diferencias entre nosotros, entre las personas y en parte, creo que recibí la mejor educación. Educar equitativamente sin diferencias absurdas; eso es lo verdaderamente importante, pues todos bajo este cielo, somos los mismos; la verdadera condición de la especie humana.
Ana Guacimara Hernández Martín
Muy bonito este fragmento autobiográfico. Yo crecí en una barrio de Buenos Aires rodeado de italianos, polacos, portugueses, gallegos… y es cierto que nunca distinguía diferencia cuando era chico. Es como si el criterio de caras, acentos, perfiles, nivel económico… hubiera surgido a posteriori.
Me gustaMe gusta