Clarividencia
Nunca consulté las vísceras de las aves como el arúspice etrusco ni leí las manos ni tiré los naipes. Nunca creí en arcanos de adivinación, aunque una intuición recia –y también temida– me llevó a predecir apariciones inesperadas, decesos o preñeces de otros. Como ocurría con Casandra, mis presentimientos fueron descreídos o ignorados. Para mi suerte, nunca ardió Troya por la incredulidad ante mis presagios. Para mi desdicha, jamás intuí nada de mí mismo. No supe si me alcanzaría el infortunio, –siempre me encontró desprevenido– o se alejaría por mi ceguera y desacierto, un amor. En definitiva, mi clarividencia nunca sirvió de nada.
La imagen que acompaña el poema es la Sibila Délfica, identificada con Casandra, la sacerdotisa de Apolo que profetizó la Guerra de Troya, pero nadie creyó en sus augurios. El fresco se halla en la Capilla Sixtina y es obra de Miguel Ángel Buonarroti.