COMPARATIVA
Cubierta de cenizas, la tierra clama al cielo. Pide a las nubes que truenen y hagan caer la lluvia; que el agua borre el color negro que ha dejado el fuego, como recuerdo de su paso.
El cielo la escucha. Se consterna al contemplarla. Cuando mira a Tamadaba se le antoja como el cuerpo de un enorme mamut prehistórico abatido y sombrío, carente de la frondosidad de otros tiempos.
Resuelto, confiado, haciendo alarde de su generosidad, el cielo invoca a las nubes para encomendarles la noble labor de regar esos campos y montañas, suavemente, con lluvias mansas que no barran las cenizas, sino que las agreguen a la tierra, de manera que la abonen y la hagan reverdecer.
Poco tiempo después, revestida con un manto verde, la tierra manifiesta su gratitud a la cúpula celestial que la circunda. Iluminado por un intrépido rayo de sol, a Tamadaba se le ve ahora fornido y con nuevos bríos.
Y mientras da las gracias, mil gracias, la tierra tiene la impresión de que en el cielo se dibuja una hermosa sonrisa.
Fotografías: Ignacio A. Roque Lugo