Nacer desde el cielo
Esa bruja llegó con las sombras, con el traje raído y su inmortal guadaña, callada, rompiendo los silencios que la ocultaban.
Él le gritaba en sus sueños que llevaba mucho tiempo esperándola. Que estaba solo y cansado de desgranar las horas en esta dulce muerte. Que la necesitaba para contemplar sus ojos, para crecer en sus labios, para vivir en su alma. Para salir de esta oscuridad inmortal donde los ángeles no enmudecen, tocan sus trompetas con sus arpas, en un baile sigiloso de otoño donde la primavera invariablemente florece.
La eternidad es un jardín que huele a tus recuerdos, a tu presencia infinita, por donde yo me cuelo cuando tú sueñas en esa cama de sábanas blancas.
Era el día de los enamorados, yo sujetaba su mano en aquella cama de hospital. Mi abuela me entregaba la sonrisa de su marcha, él la llamaba. Ya escuchaba a los ángeles bailar en su jardín de flores. Ella me miró a los ojos por última vez, sentí su mano acariciando mi corazón, adormeciendo mi dolor. Ese día salió el sol y sentí una luz diferente que iluminaba todo mi ser. Me sentía dichosa, sentía que un río de paz inundaba cada rincón de mi existencia. Un torbellino de sensaciones me sacó de la indolencia, me hizo carne, me hizo mujer y comencé a comprender la vida… mi vida.