La flecha
Dicen,
dicen los que saben,
que el tiempo es un vector,
una flecha que marca la entropía
que indica el grado de desorden
y de destrucción
que todo lo habita.
Algo de cierto hay en ello,
así lo cantaba Manrique en las coplas
a la muerte de su viejo.
Las huestes
innumerables,
los pendones, estandartes
y banderas,
y castillos
impugnables
y los muros y baluartes
y barreras,
la cava honda
chapada,
o cualquier otro
reparo,
¿qué aprovecha?
cuando tú vienes airada
todo lo pasas de claro
con tu flecha.
Mas yo conozco quién lanza
esa mortífera e inexorable flecha:
es la muerte,
ese arquero ciego
que invisible, escondido
en la espesa jungla del olvido,
elige con cuidado,
-con tino desmedido-
su siguiente diana,
su próximo objetivo,
con sus ojos cerrados
siempre ciegos
de tanto contemplar
como se desploman los cuerpos
con su toque certero.
¡Miradla ahí!
¡Yo sí la veo!
A tientas palpa su carcaj
y elige entre tantas:
una saeta con un nombre
tallado en su cuerpo
la carga en el arco
¡Ya apunta hacia el cielo!
Pensando a ciegas
la Parca ha elegido ya
el destino de su vuelo
¡vuela saeta el cielo!
¡surca invisible los vientos!
Tras su fatal devaneo
desciende furiosa
como cual meteoro
en tormenta de invierno
y acierta a clavarse
en el siempre inocente cuerpo.
¡Qué fatal puntería!
¡No sé dónde vive la Parca!
No sé desde dónde lanza
su certero vuelo,
solo sé que esta noche
aquí escondida tengo
la flecha que tallada con fuego
lleva mi nombre dentro.
¡Mas no os engañéis!
Tan solo he ganado unos minutos
pues ya la veo tallar otra de nuevo
y pronto,
pronto,
será su vuelo.