Manos
Puedo pasar horas mirando mis manos. Me recompensan, me interrogan, me responden, me reclaman. Manos jóvenes que acariciaron cabecitas castañas, untaron ungüentos mágicos, calzaron zapaticos y anudaron cordones, hicieron cosquillas hasta la hilaridad, volaron aviones invisibles portadores de cucharas rebosantes, sujetaron manubrios, balancearon columpios, socorrieron al ahogo, palparon fiebres, hojearon cuentos nocturnos, amasaron panes y galletas, colgaron dibujos y acuarelas ingenuas, llevaron el movimiento de las primeras letras,…. dijeron adiós desde la puerta de salida de algún aeropuerto.
Son las mismas que interrogan a la memoria que se vacía día a día de tanto sacar los recuerdos, las que miran a la cara con desparpajo ante el reclamo de no haber advertido los cambios a través del tiempo; y que ahora, ante el temblor que dificulta ensartar agujas, la debilidad para destapar las medicinas, la resequedad de la piel; unas triunfantes venas azules vienen a refrendar el olvido y restaurar la memoria viva que no es otra que la finitud del destino que nos deja de lado. No hay avance sin retroceso.
Ahora estas manos no guardan juguetes, no recogen rompecabezas, no amasan pan, no remiendan descosidos, no podan rosas ni fertilizan jardines, un pulen plata ni bronce, no sacan alfombras al sol, no abren puertas para dejar el beso del hasta luego, tampoco bordan ni tejen; escriben y reescriben el dictado intermitente de una memoria inquieta y terca, sólo apaciguada por un letárgico entumecimiento que lastra el movimiento, cada vez más lento, buscando reposo sobre un abdomen voluntarioso y crepitante.