Josefa Molina – Morir dos veces

Morir dos veces

cripta

Cuando abrió los ojos, la cabeza le dolía levemente. El dolor fue aumentando a medida que iba descubriendo dónde se encontraba. La oscuridad era casi total, tan solo rota por unas ligeras líneas de luz se colaban entre las piedras dejándole entrever el espacio en el que estaba metido, refugiado, encerrado, ¿enterrado? Sus ojos se fueron acostumbrando a la negrura del lugar. Tenía frío, olía a humedad, a espacio subterráneo y profundo. Telas de araña cubrían las paredes aquí y allá. Comenzó a llamar, a gritar, pero por respuesta obtuvo el más profundo de los silencios.

De pronto una araña pasó corriendo a su lado. De un brinco, saltó y la aplastó. Odiaba con toda su alma aquellos bichos inmundos y asquerosos. Entonces, sintió un cosquilleo en el cuello. Una cucaracha ascendía tranquilamente por él. De un manotazo, la tiró al suelo, la cogió y se la llevó a la boca. Fueron dos milésimas de segundos las que tardó en percatarse de su acción. Llevado por el asco, la escupió aguantando las ganas de vomitar. El insecto aún movía sus patas cuando cayó el suelo cubierto de saliva. Pero qué coño hago, se preguntó, incrédulo. Sintió un enorme vacío en el estómago. Tenía hambre. Una sensación de hambre feroz, casi dolorosa, recorrió su cuerpo como un rayo. Tenía que salir de allí, debía de existir alguna salida como hubo una entrada. No sabía cómo  había llegado pero, sin duda,  alguien o algo le debió de llevar entrando por algún sitio.

Entonces se fijó en sus manos. Estaban arrugadas, acartonadas y de un mortecino color gris. Temiendo lo peor, se quitó la chaqueta y los pantalones. Todo su cuerpo eran un conjunto de piel acartonada y grisácea. De ellas, colgaban unos finos y oscuros pelos que la cubrían. Sus uñas eran largas y terriblemente amarillentas. Con preocupación, se tocó el rostro. No podía contemplarse en ningún espejo pero recorriendo la cara con sus dedos, descubrió que su rostro no era más que un conjunto de piel seca que a duras penas cubrían los huesos de su nítida calavera.

¿Qué significaba todo aquello?¿Como había llegado alli? En un ataque de desesperación, comenzó a recorrer los escasos dos metros cuadrados de aquella especie de habitación, húmeda y angosta, buscando una salida. Y entonces le vino la idea a la mente. Una cripta. Era cripta, una especie de tumba, sucia y vacía, con un único cadáver: el suyo. Pero quién le había llevado hasta ahí, y por qué. Y cómo era que estaba así. ¿Eso significaba que estaba muerto? El no se sentía muerto, sino más lleno de vitalidad y fuerza que nunca en su vida.

Un hambre feroz atenazó su estómago. Sin pensarlo atrapó una cucharada que acampaba a sus anchas sobre la pared. De un golpe, se la metió en la boca. Esta vez no la escupió ni la vomitó, sino que se deleitó mientras el insecto se partía en mil pedazos en su boca. Sentía como las patas del bicho se movían lentamente rozando su paladar. Su lengua seca saboreó aquel bicho repugnante de cuerpo aplanado. Un tentempié para ganar tiempo, pensó. ¿Tiempo? ¿Para qué?

De pronto oyó el chirriar de una oxidada cancela de hierro. Unos pasos se acercaban. Como de la nada, una puerta se entreabrió despacio. Bajo la mortecina luz de una lámpara de gasolina, surgió el rostro de un hombre joven.

Ah, ¿ ya has despertado? Ven, te estamos esperando.

No preguntó nada, no le hacía falta. Acababa de comprender lo que era y para qué estaba allí. Le siguió arrastrando unos pies que apenas le respondían.

La luz del día golpeó su grisácea cara como si de una bofetada se tratara. Se sintió morir nuevamente. Tendrás que acostumbrarte, le dijo el joven, hoy es el primer día de muchos bajo el sol.

Tengo hambre, susurró suplicante.

Más tarde, ahora a trabajar; no te hemos rescatado del más allá para escuchar tus quejas. Aquí tienes la hoz, comienza a segar. Y ni se te ocurra pensar que puedes salir de aquí. Te aseguro que afuera no ibas a ser muy bien recibido.Descuida, entre nosotros estarás bien, somos tus amigos. Debes de darnos las gracias. Te hemos dado una segunda vida. Pero basta de cháchara, ¡a trabajar!

Sí, señor, afirmó mientras doblaba torpemente la espalda y comenzaba a segar el trigo bajo el crudo sol del mediodía. Le esperaba la eternidad muerto en vida.

Pronto se preguntaría si no hubiera sido mejor morir como todos: de una sola vez y para siempre.

Facebook: Josefa Molina

¿Quieres escuchar este texto en la voz de Roberto Iglesias y Gilberto Candelaria? Pincha en el siguiente enlace: «De la Palabra al Verso»  Minutos : 59:57-66:00 

6 comentarios

    • Me alegra que te haya dejado ‘petrificada’ (jaja) este texto. Todos estamos un poco ‘muertos en vida’, a veces, con demasiada frecuencia. Gracias, Txiki, por pasarte por el blog y comentar. Un abrazo!

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