El viejo reloj
Después de un duro trabajo, lo que más deseaba era llegar a su cazuela. Así llamaba al lugar donde vivía.
A los cinco de la tarde lo recogía el único vehículo que pasaba por la fábrica donde trabajaba, un camión de un viejo agricultor que casualmente vivía cerca.
Cada tarde, nada más llegar al lugar que le daba cobijo, hacía el mismo ritual. De su bolsillo sacaba el dinero que solía ganar en el día metiéndolo en un bote de cristal. Se descalzaba, se recostaba en su cama y le empezaba a contar su ajetreado día a la única cosa familiar que lo llevaba al que sí consideraba su hogar. Un viejo reloj que aún guarda las horas de su país, al que añora volver. Un viejo reloj que al caer noche, su música, la que separa los segundos de aquel lugar que dejó, lo duerme como la nana de su madre.
Facebook: Rosario Ibrahim