Septiembre
Declina la tarde. Sentada en la orilla de la playa, contemplo el brillante sol de finales de septiembre. El cielo, azul intenso; el mar dormido, sereno, me atrapan me subyugan. Todo es quietud, belleza, armonía.
De pronto escucho abrirse una de las ventanas de la casa que está a mi espalda. Casa familiar de gente de la mar que vive a sus pies para conseguir el necesario sustento. La ventana da a la cocina porque un intenso y apetitoso olor a pescado frito se mete por mi nariz y alerta mi estómago. Mis oídos escuchan los acordes de una suave melodía. Enseguida la reconozco: José Guardiola interpreta una de sus famosas canciones; una de las más que me gustan: septiembre. Su letra dice más o menos así; septiembre se muere, se muere dulcemente, con sus raíces secas, con sus racimos verdes. Un amargo silencio se quiebra en su vertiente y en su luz amarilla mis sueños palidecen.
Es una de esas canciones que duermen en mi mente hasta que el final del verano me la recuerda y entonces la canto más de una vez. Suspiro. Aquel aroma y aquella música me provocaron un efecto devastador. Me han dejado triste. No lo entiendo. Me encontraba tan bien…
Me levanto de mi asiento y echo a caminar. Allí, en aquel rincón de la costa se queda parte de mi juventud. Fue tan intensa… Cómo olvidar… Cómo no sentir nostalgia… Septiembre se muere y comienza el otoño de mi vida.