Diario de un cazador, de Miguel Delibes
Una reseña de Roberto Iglesias
Corre el año 1955, el autor en cuestión, Miguel Delibes, tiene 35 años y esta es la quinta novela que le encumbra con el que será su primer Premio Nacional de Literatura. La obra en 1969 alcanza su quinta edición que es la que aquí se reseña.
Leer una edición de tu mismo año de nacimiento induce a realizar cálculos que producen un vértigo especial, pero también permite apreciar lo que se tiene entre manos desde una perspectiva casi enológica: acercarse a una obra escrita con un castellano que posee una sonoridad añeja y una solera propia de los vinos macerados en barricas de una madera ya extinta: la del habla popular de aquella época. Esta es su gran virtud: escribir como si hablara, reproducir giros y expresiones del día a día, que hoy suenan ya como perdidos y extraños pero que dotan a la obra de una vivacidad casi teatral.
La novela imita a un diario íntimo que discurre entre el 15 de agosto, viernes, y el 25 de enero, lunes, de un año sin matizar; por donde se van reseñando las vicisitudes cotidianas de un cazador soltero. Su oficio, su entorno familiar laboral y social donde la caza adquiere una dimensión de necesidad biológica: la caza como una rutina, como una adicción como una salvación. No es nada casual que Delibes hay escrito además cinco libros específicamente sobre esta actividad.
Acercarse a un gran escritor siempre permite apreciar esa especial magia, casi musical, de cómo se usa el lenguaje como arcilla con la que modelar una narración que atrapa al lector. Este es el autor, este es el caso, ahora, solo hay que encontrar el momento para zambullirse en la vida de un cazador.
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