La edad de la penumbra, de Catherine Nixey

Una reseña de Roberto Iglesias
Hay libros que por su especial contenido y su sagaz narración logran convertirse per se en verdaderas katharsis para el lector ávido de reestructurar sus esquemas mentales heredados. Este es uno de ellos por razones muy poderosas.
En primer lugar porque la autora carece en todo momento de rencor para demostrar su tesis básica: cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico. Lo cual logra de un modo magistral mediante la reconstrucción de los sucesos históricos pertinentes acudiendo a varias fuentes: las cristianas (Shenute, san Agustín ,San Antonio ,Orígenes etc), las paganas (Damascio, Celso etc) y los historiadores contemporáneos (Eduard Gibbon) algunos de estos últimos colaboradores en la tarea de obviar dicha hecatombe cultural.
Así pues, el libro desgrana a través de un total de dieciséis capítulos (en sus 242 páginas) el modo como una religión minoritaria va ganando terreno ideológico hasta convertir su causa (la conversión ajena) en un proceso paulatino pero implacable y demoledor, de persecuciones y tomas de decisiones políticas apocalípticas.
En primer lugar, mediante la persecución y denuncia de lo demoníaco allí donde se manifestara (ritos, pensamientos de los monjes etc) hasta el punto de anular libertad de pecar (el germen del “crimental” orwelliano) ; acto seguido persiguiendo la sabiduría como necedad (muerte a la inteligencia que se gritará en el siglo XX): la muerte de Hipatia, el incendio de la biblioteca de Alejandría, la mutilación y destrucción de todo arte profano (el Serapeo); hasta lograr el borrado sistemático de los textos griegos (el fenómeno de los palimpsestos: búsquese el palimpsesto de Arquímedes).
Posteriormente, el cristianismo se inocula en la res política con un golpe de efecto letal: el 27 febrero del año 380, el cristianismo se convirtió en la religión exclusiva del Imperio Romano por un decreto del emperador Teodosio lo que supuso de iure y de facto el poder ilimitado para borrar a la fuerza todo vestigio de paganismo.
Y para colmo, 149 años después, asistir al edicto de Justiniano por el cual se proscribe y prohíbe la enseñanza de la filosofía griega, obligando así a cerrar las escuelas de Atenas. De modo que negarse a convertirse o a filosofar fue perseguido bajo coacción violenta.
Pero atención: a esto jamás se le llamó ‘persecución ideológica’ pues se estaban en realidad salvando las almas de tantos y tantos pecadores equivocados. In the name of love!
Este libro es, pues, el antídoto necesario para contrarrestar el veneno de mentiras y reinterpretaciones que el propio cristianismo ha tenido que ejercer sobre su misma historia para salir retratado como una religión del amor ajeno a todo odio y toda violencia. Y este es, precisamente, el gran motivo de la urgencia de su lectura.
Apartado especial merecen tanto las eruditas notas como la selecta y exquisita bibliografía tan suculenta como pertinente para seguir indagando en la temática.
Por ultimo, incidir en el fenómeno catártico tras la lectura de esta obra, pues cada vez que contemple una estatua griega sin cabeza recuerde a Nixey: no fue un accidente fortuito, fue un cristiano quien la mutiló.
What more in the name of love?
Roberto Iglesias
Interesante propuesta. Creo que es sano sacudir de vez en cuando el sistema de creencias. Tendemos a amoldarnos sin darnos cuenta. Gracias por esta recomendación.
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Heredamos falsos conocimientos como dogmas preconcebidos: la religión es uno de ellos.
Sapere aude! sigue vigente hoy
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Genial el planteamiento de la autora. Por eso la filosofía escolástica es tan pobre, en los conventos, los «pensadores» tenían unos límites que salían de Dios y volvían a Dios. Por AMOR se han hecho cosas horribles. Me encantó esta reseña.
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Diría que comenté esta reseña que me parece muy buena, pero ahora no la veo aquí. Escribí que la escolástica empobreció la filosofía, solo podían partir de dios para volver a dios y, con esas limitaciones, el cristianismo anulo el pensamiento libre. Gracias, Rober, por esta reseña.
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