AZUL
Azul se me murió la madrugada
mientras buscaba en la ciudad oscura
que el brillo de una estrella iluminara
la ruta que perdí.
No había un punto de luz,
la irrealidad del sueño me cegaba;
un negro laberinto me ofrecía
callejuelas estrechas, retorcidas,
plagadas de fantasmas que intentaban
devorarme los ojos, y reían
frente a mi desconcierto sin salida.
El miedo convirtió mi voz en grito
que desgarró la piel del universo,
y se clavó en los poros de mi entraña
como una puñalada que quisiera
morderme la raíz del sentimiento.
El cielo se calmó, del fondo del abismo
surgió como una tenue pincelada,
un débil resplandor rompió el espacio…
Y me senté a esperar que amaneciera.
Francisca Díaz Fernández
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