Odas y Epodos, de Horacio.
Una reseña de Juan Francisco Santana Domínguez
En el prólogo de la edición del año 1992, publicada en Madrid por Lípari Ediciones, se hace alusión a la importante influencia de Horacio en la literatura española, entre otras razones, porque ninguno como él fue tan admirado por los más grandes literatos y estudiosos en dicha lengua pero también se nos decía que en aquellas fechas, en las que salía a la luz esta edición, se hacía necesario rescatarle, como a tantos otros escritores de la Antigüedad, si no del olvido sí del Olimpo de los injustamente postergados. De su título llama, sobremanera, la atención la palabra epodos, que viene a significar una estrofa de dos versos distintos, donde el pie métrico predominante es el yambo, o lo que es lo mismo, una sílaba breve más una larga y aclarado esto vamos a intentar darles a conocer, en la medida de lo posible, a través de esta reseña, Odas y Epodos.
Hay que decir, en primer lugar, que no ha sido fácil traducir estas Odas y Epodos para los que lo decidieron llevar a cabo dicho trabajo y que entre los especialistas se sabe de la complejidad que supone el compartir con aquellos que desconocen la lengua latina pues son pocas las odas o epodos que deleitan por su valor narrativo. Horacio refleja en esta obra las vivencias y reflexiones de un hombre sencillo frente al mundo que le rodea, todo plagado de hechos mitológicos que se necesita explicar en las notas y comentarios exegéticos (interpretar de forma objetiva) que, a tal respecto, acompañan al texto. Todo ello puede hacer que el lector que, por primera vez, se acerca a esta obra pudiera quedar decepcionado al esperar algo más del poeta.
Todo ello, muy posiblemente, llevó a Menéndez Pelayo, gran admirador de la obra Horaciana, a afrontar el reto de dar a conocer las mejores traducciones poéticas de sus Odas y Epodos y como consecuencia podemos disfrutar de la obra que hoy he querido compartir con todas y todos ustedes. No se trata de un best seller ni tampoco de un libro que nos mantenga pegados a él por la emoción que genere pero sí de una obra que hay que conocer y buscar en ella el aprendizaje y el placer por el conocimiento. Un ejemplo de sus odas sería la que comienza así:
Qué nuevas esperanzas
al mar te llevan? ¡Torna,
torna, atrevida nave,
a la nativa costa!
El que Horacio, nacido en Venusia en el año 65 antes de nuestra era, nos dejara un legado que le encumbra, además de estas Odas y Epodos también están las Sátiras y las Epístolas, se debe a su padre, un esclavo liberado, que se esforzó para que su hijo recibiera una educación reservada sólo a los pertenecientes de las clases privilegiadas y es por ello que le llevó a Roma y, más tarde, cubrió los gastos que suponía la estancia del educando en Atenas.
Horacio fue contrario a las ideas monárquicas de Julio César y, en cambio, defensor de la restauración de la república, participando en los ideales de Bruto, líder de la conjura que llevó a cabo el asesinato de Julio César. Derrotado renuncia a cualquier opción política y se beneficia de la amnistía decretada por Octavio, pudiendo así retornar a Roma, ciudad en la que se hace amigo de otros reconocidos poetas del momento, como Virgilio o Vario, acercándose a los círculos del poder. Fue debido a Mecenas como llegó a conocer a Octavio, logrando mantener una gran amistad. El Emperador le ofreció ser su secretario pero Horacio renunció pero no por ello aminoró su gran amistad. Augusto le llamaba purissimum penem o homuncionem lepidissimum, cuyo significado vendría a ser pene inmaculado o ingeniosísimo hombrecillo y también se quejaba de que Horacio no le mencionara en sus Sátiras, alegando que el poeta sentía vergüenza de que se conociera en el futuro la intimidad que les unió. Así y todo, tanto Virgilio como Horacio fueron la mejor propagando política de Augusto y a cambio el emperador le nombró para el Canto Secular, en el año 17, lo que venía a ser un reconocimiento oficial de sus méritos, con el consiguiente éxito a nivel popular. Un ejemplo de epodo podría ser el número 17, que comenzaba con estos versos:
En fin me rindo a tu saber potente;
no más imprecaciones
contra mí lances en tu enojo ardiente.
Los traductores de Odas y Epodos, además del propio Menéndez Pelayo y a la vez recopilador, a lo largo del tiempo, han sido: Javier de Burgos, nacido en Motril en el año 1778 y al que se debe el 50 por ciento de las versiones que se pueden leer en esta obra; Fray Luis de León; Rafael Pombo, nacido en Bogotá en 1833; Leandro Fernández de Moratín, Francisco de Medrano, posiblemente nacido en Sevilla hacia el año 1570; Fernando de Herrera, el Divino; Juan José Micheo, guatemalteco del siglo XIX; Esteban de Villegas, aragonés nacido en 1596; Alberto Lista, nacido en Sevilla en 1775; Luis Martín o Martínez de la Plaza, autor del siglo XVII; José Joaquín de Pesado poeta mexicano del siglo XIX; Juan de Aguilar, Manuel Milá y Fontanals, maestro de Menéndez Pelayo; Diego Ponce de León o Lope de Vega, el venezolano Andrés Bello, nacido en 1781; Vicente Espinel, nacido en Ronda en 1550, entre otros.
Espero y deseo que a pesar de no ser una lectura fácil para el que se decida a leer esta obra de Horacio, debida al buen hacer de Menéndez Pelayo, se encuentre, sin embargo, con un autor que debe ser un referente para todo el que, de una u otra forma, ame la literatura. Deseo finalizar esta reseña diciendo que leer a los clásicos debe ser de obligado cumplimiento en todos los currículos escolares, entre otras razones, porque tenemos en ellos el origen de todo nuestro saber.
Muchísimas gracias por compartirlo. Muchos abrazos y besos
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