La puerta de la jaula, de Santiago Gil
Una reseña de Rubén Mettini
Quise hacerme un hermoso regalo en Navidad, este libro de microrrelatos que acababa de ser publicado por la Editorial Siete Islas (2018). Un regalo que no me defraudó. Había leído de Santiago Gil la novela Villa Melpómene que me había dejado «un buen sabor de alma», recreo la frase porque decir «un buen sabor de boca» me parece poco, refiriéndome a una ficción que me dio bellos momentos de lectura y que recrea los últimos años del músico Camille Saint-Saëns, pasando sus días en una villa en Santa María de Guía.
La puerta de la jaula contiene 138 microrrelatos que, como dice la contraportada, «te invitan a un viaje lejano por tus adentros», un viaje lleno de historias que me ofrecieron algunas horas de placer literario. Procediendo de una cultura, como la latinoamericana, donde el cuento y el relato corto han tenido y tienen tanta importancia, quise descubrir cuáles eran los temas fundamentales que recreaba Santiago Gil en este libro. Aquí mencionaré algunos de esos argumentos, en el intento de despertar el interés en el posible lector, amante del relato breve.
Un tema que surge repetidamente son las metamorfosis. Naturalmente uno piensa en Ovidio o en Kafka, cuando se trata de individuos que cambian su forma humana por otra, tal vez animal. En el libro, me resultó sugerente el microrrelato El gato (página 67) donde muchos hombres se transforman en gatos, cuando llegan a la costa. El narrador ocultará el secreto, será solo suyo, porque las rarezas de la cotidianeidad es mejor esconderlas para no difundir el espanto.
Otro tema que el autor visita con frecuencia son las duplicaciones. Hombres y mujeres que tienen una existencia en otro lugar espacio-tiempo. Unos conservan una vida paralela en otro lugar, otros repiten su existencia en otra época, en una época pasada en la que no han vivido. Como ejemplo, el cuento El banco del parque (página 66) donde una mujer soñaba hace años una vida que no tuvo. Una doble suya tal vez siga sus mismos pasos o consiga rebelarse al destino establecido.
A veces se trata de un doppelgänger que nos habita. Mientras uno realiza unos actos, el doble, de forma independiente y como un fantasma, ejecuta otros actos. En la página 110, en el cuento Las cremas, cuando una mujer duerme, su doble se levanta para usar sus cremas de belleza.
Hay un tema que fue muy apreciado por Borges: el sueño como una realidad paralela. En Retrato al carboncillo (página 130), en un sueño aparece una mujer que el narrador quisiera encontrar, en otro sueño, aparece un mensaje, un papel escrito que el hombre quisiera leer. Ya despierto, el personaje intenta reconstruir los rasgos de la mujer soñada, quizás para hallarla algún día por la calle.
Tal vez por la experiencia de Gil de la escritura novelística, hay relatos que contienen mucha trama en pocas líneas. Noté esta característica en El triciclo (página 41), donde, partiendo de una mujer encargada de empaquetar regalos en un centro comercial, el lector conoce brevemente la vida pasada de la mujer, sus desventuras y la infelicidad que creará ese triciclo del título. Otro ejemplo de una rica trama se presenta en Alexei y Anna (página 143). Aquí en 18 líneas, una mujer, observando una lápida en un cementerio, reconstruye la vida de otra mujer muerta en 1898. Con solo mirar esa inscripción, sentirá el dolor que sufrió aquella otra mujer del pasado.
En muchos relatos se halla un azar, nada arbitrario, que rige las vidas, con personajes que se encuentran mucho más tarde de lo que hubieran pensado, como en el relato Las madres y los hijos (página 32). Aquí los protagonistas, luego de haber vivido un gran segmento de vida, no recuerdan haberse encontrado 35 años antes por Triana.
Quizás la virtud más destacada del escritor sea recrear microrrelatos con una enorme poesía narrativa, como ocurre en La caída del ángel (página 14) –un relato que me recordó el poema Albatros de Baudelaire–, en el que un pájaro a nivel del suelo se vuelve un ave torpe, incapaz de retomar su vuelo. Esta misma carga poética lo contiene Las plumas blancas (página 115). Aquí aparece una casa que se llena de plumas, con un hombre que nunca sabremos si es un ser humano o un pájaro. Un microrrelato escrito con una prosa de gran belleza.
Hay relatos llenos de romanticismo, que dejan un regusto dulce cuando uno los visita una y otra vez, para volver a gozar del encanto que los rodea. Un relato lleno de delicadeza es La sábana (página 171) donde un beso de carmín dejado en una sábana colgada al sol crea una rara vicisitud entre sus personajes o El terremoto (página 70), un relato muy breve cuyo desenlace se entiende por la ardiente pasión de unos amantes.
Para mí, el relato más hermoso es La perfección (página 96) que termina diciendo: La perfección siempre esconde algo. Cada vez que vuelvo sobre él, me surgen nuevas hipótesis. Son esos cuentos que nos acompañan, nos hacen pensar, nos crean contradicciones, no contienen una sola respuesta, una conclusión definitiva. Y allí reside la riqueza de su escritura y su mensaje.
Para no extenderme más en la reseña, hubo un microrrelato que me gustó mucho, me hizo reír y creo que nunca olvidaré. Se llama El melómano (página 134). Allí un personaje, que vive en un pueblo, escucha una cinta de casete, convencido de que se trata de un concierto de Rachmaninov porque así lo indica la etiqueta. Su error se vuelve patente cuando un turista lo informa de que esa música es de Beethoven. Saber que estuvo equivocado tanto tiempo, presumiendo de conocimiento musical, lo llevará a un acto violento. El microrrelato me deleitó porque me trajo el recuerdo de esas cintas que uno grababa y regrababa, a veces sin cambiar la etiqueta, y que nos llevaban a pavorosas equivocaciones.
Como el autor es sumamente conocido, me limito a dar unos breves apuntes biográficos. Santiago Gil nació en 1967 en Santa María de Guía de Gran Canaria. Es Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Publica artículos en diferentes medios de prensa canarios y nacionales y ha escrito varias novelas, algunos poemarios, un libro de memorias de infancia y una recopilación de sus artículos de opinión.
Recomiendo con entusiasmo La puerta de la jaula, no solo para tantos escritores dedicados a la creación de microrrelatos pensados, por su brevedad, para compartir en las redes sociales, sino para cualquier lector interesado en la buena literatura.