Fragmentos del diario de mi viaje a Egipto. Vida en el Nilo.
13 de agosto de 1992
De regreso, a orillas del río, hallamos gestos cotidianos que al comienzo nos sorprenden, pero que más tarde serán habituales en el descenso a lo largo del Nilo. Niños zambulléndose en las aguas y, luego, remontando a la superficie, con sus pieles oscuras y sus cuerpos desnudos, una mujer con la chilaba recogida, lavando cacharros en una palangana de hojalata, casas de adobe con cabras pastando y pescadores en faluca –embarcación de vela triangular– sacudiendo sus delgadas redes o recogiendo los sedales de sus cañas, un buey bajo un cobertizo, unos hombres con calzoncillos miserables y rotosos que arrastran un burro hacia la orilla del río. Gestos repetidos para ellos, tanto como cuando nosotros preparamos las tostadas a la mañana y sentimos el rumor de la cafetera, como cuando, más tarde, encendemos el ordenador y una hilera de grafos se va impresionando instantáneamente sobre la pantalla, como cuando buscamos con dificultad un sitio para aparcar.