A la Dictadura

Te dirigiste a mí, descolladamente, queriendo dilacerarme, como siempre solías, señalándome el expedito camino, limpio de lo que tú creías impurezas, que debía seguir aún sabiendo la claridad de mi respuesta y lo mucho que a mí esas impurezas me aportaban. De sobra te es sabido que escéptico he sido, a tus dictados y a otros dictados y credos, aunque intentabas ganarme a pesar de que sabías que conmigo nada ganarías. ¡Te enfurecía no poder domar mi rebeldía! Y yo, como drago florecido, inflexible me mostraba.

No te rendías pero, en el fondo, bien sabías que yo tampoco lo haría, Dictadura, no asumiendo mis críticas e intentando acallarme con vasallos sexobantes e insensibles, duchos en violencia desmedida, que siempre tuviste a tu servicio para acallar, con tortura y sangrante guadaña, a todo aquel que levantara su voz solidaria o su puño carminoso en pro de la ansiada Libertad. ¡Reniego de ti esbirra del mal!

Te ponía, a cien, escuchar lamentos de pobres torturados, como si de celestial música se tratara; llantos de desesperadas madres que, arrodilladas, te suplicaban ver a sus hijos de nuevo aún sabiendo que jamás volverían, el morboso placer, entonces, se dibujaba claramente en tu mirada, tan cargada de soberbia y travestida frustración pues sólo era ver en el otro los males, sólo reales en tu ego ensombrecido, que desde siempre padecías.

Dictadura, a cara descubierta o enmascarada, no sé cómo resistes, en pie, después de pasado tanto tiempo, después de tanta y tanta frustración e inmensa locura, haciendo que hasta los mismos pilares de la Tierra tiemblen, perdiendo su equilibrio, quedando aterrada al verte caminar entre los seres conscientes de que el libre pensamiento es el camino a través del cual se llega a disfrutar de la dilección…de eso que llaman el bien más supremo.

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