La muerte de Silvia
Tenía diez años cuando murió mi amiga Silvia. Descubrir la existencia de la muerte me resultó un hecho doloroso y atemorizante. Recuerdo que en clase, la maestra dio la noticia y nos dijo que teníamos que ir a despedirnos de ella. Yo vivía en un pueblo pequeño y la costumbre era velar a los difuntos en casa. Silvia estaba en la sala, dentro de una urna blanca; me acerqué y la vi, detrás de un vidrio, vestida con su traje de primera comunión, acostada, con un rosario en sus manos cruzadas y algodones en la nariz. Esa noche, y muchas otras durante años, tuve pesadillas con esa imagen.
No recuerdo si me despedí de ella, pero sí que me costó entender por qué podíamos fallecer a esa edad y, desde ese día, empecé a marcar metas para no morir: superar los 11 años, 12, 13… hasta que me fijé como plazo lógico para mi muerte los 42 años. Esa edad me pareció muy lejana y normal porque la gente ya era muy mayor para seguir viviendo.
Hoy es mi cumpleaños número cuarenta. Tengo una buena profesión, éxito y una familia estable. Siento que la vida me sonríe y he logrado todo lo que me he propuesto en la vida. Como todos los años, para estas fechas, la cara de Silvia detrás del cristal me recuerda mi objetivo fijado hace tres décadas. No sé por qué, pero cuarenta es un número redondo y perfecto para empezar a fijar nuevos propósitos y cambiar metas. Tal vez..
Facebook: Marlenis Castellanos
JEJEJE! Muy bueno, Marlenis. Recuerdo que yo, de pequeña, me daba como plazo máximo para ser madre los 25 años…¡y me parecía un poco mayor ya! La relatividad, que es así.
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