Luz de verano
Despertó temprano aquella mañana. La luz entraba iluminando la habitación con tonos anaranjados. Las flores de la cortina de lino creaban retazos de sombras en la almohada, a ratos, al capricho del sol que se iba alzando. El día prometía ser caluroso; eran solo las ocho de la mañana y ya las sabanas sobraban. Pronto acabarían sus vacaciones. Vuelta a la rutina de una oficina de luces de neón, aires acondicionados y paneles prefabricados. Reencuentro con caras macilentas, frías y convencionales. Es curioso como el paisaje que nos rodea acaba definiendo en parte nuestro carácter y actitud. Allí, en aquella playa se había sentido libre, rítmica, fresca como el mar, las olas y la brisa. Y esa luz, que le daba vida, alegría, ganas de respirar. No podemos echar de menos algo que no hemos tenido. Pero ella había experimentado ya en su piel los beneficios de aquella luz. Incluso de noche. La acumulaba de tal manera que podría estar toda la noche viviendo de sus reservas. ¿Qué iba a hacer de vuelta a su triste mundo? Sabía que ya no podría vivir sin ella. Las adelfas crecían alrededor de su bungalow, recorrían todo el recinto indicándole el camino a la playa. Tomó un zumo y un par de tostadas en la terraza. Desde que había iniciado sus vacaciones no había probado el café. Ni lo necesitaba. «La energía solar no tiene cafeína pero me mantiene despierta todo el día», pensó. La luz se iba haciendo más intensa a medida que la temperatura iba subiendo. La humedad del ambiente le empapaba el nacimiento del cabello. ¡Cómo hubiera deseado embotellar el sol para llevarlo consigo a todas horas! Lo usaría en pequeñas dosis, como un buen perfume, para que no se le acabara nunca. Con tales pensamientos empezó a sentirse fatigada y muy sedienta. Era como si le absorbieran de golpe todo el líquido de su cuerpo. Se quedó adormilada, sin fuerzas. Fue entonces cuando un círculo de luz naranja, como de fuego pero tremendamente atrayente, se asomaba por sus párpados cerrados. Queriendo tocar esa luz, se anudó la sabana en forma de pareo y salió. Pero no llegó a la orilla…Las adelfas, altivas, la confundieron como suya y no le permitieron ir más allá. No creas que ella opuso resistencia; se sentía tranquila y dichosa. Sólo quería estar más cerca de la luz. Lo más cerca posible. Vestirse de ella. Impregnarse de ella. Así nada se la arrebataría ya nunca.
Facebook: Maca Fernández
Muy lindo !!! Felicidades
Me gustaMe gusta