Kike Quintana – Los libros de Borges

Los libros de Borges

Se sentaba cuadrado en una mesa cercana a la barra frente a una hilera de botellas vacías de cerveza, mientras unas taraditas de liceo le devoraban con los ojos. Macu andaba de uñas y yo había bajado a La Boca para calmarme.

Alto, media cresta castaño claro, camisa de boutique hipster con los suficientes botones desabrochados para enseñar su cuerpo fibroso de gym de pago. Las nenas se animaban, se recogían las polleras del uniforme y le lanzaban piropos, que él recibía con alguna aburrida mueca ocasional.

– Andá y comételas, pelotudo -le dije desde mi butaca. El tipo me fijó sus ojos con gesto condescendiente.

– Alterno de una mujer a otra desde que aterricé en Buenos Aires… ¿Me ofreces tú algo diferente?

Y ahí me piqué, me piqué y morí. Ese era uno de mis problemas, ya Macu se encargaba de recordármelo, ese fue mi error. Me acerqué arrastrando mi trago.

– Te convido a un asalto.

Sí, esa era mi profesión, a eso nos dedicábamos, y en eso ocupábamos nuestro tiempo. Pero manejábamos a lo grande. No eran laburos de esquinita, para los que me andan perdidos, hablo de atracos, hablo de bancos.

Habíamos bajado de incógnito una temporadita cuando los milicos traspasaron a nuestro compadre Lido, y ahora que necesitábamos el tercer boludo apareció este don.

Caía macanudo a todo el mundo, se ganaba a la parroquia, ché, les llevaba a su terreno, les sacaba lo que quería. Tenía modales, párrafo culto y carrera, para mí que más de una, pero no descuidaba lo fiero, y una vez casi me finiquita al pinche Pollo cuando les dio por mentarse la madre. Pero huía de algo.

– ¿A qué viniste a Baires, gasheguito? – le abordé una vez.

– ¿Cómo gallego, si soy de Carabanchel? Vine a leer libros de Borges.

Y los golpes nos iban bien. No se de dónde venía ni dónde había aprendido, o si se graduó allí mismo con nosotros, pero al gaita el oficio se le daba chévere. Con el pasamontañas y el fierro en la zarpa y la gente se le rendía amable no más…No sabíamos de donde manaba esa reconcha de magnetismo pero ocurría, oíste. El acoso justo, la fingida violencia exacta y todo iba rodado; no se qué por qué cargábamos munición, cuando el gallego orquestaba Beethoven bajaba a la cancha y tocaba su decimoquinta sinfonía en do mayor…

Y la guita entraba a sacos y ellos festejaban y tomaban en pedo mis consejos de discreción y ahorro. El gallego vivía a lo grande… la noche, el día y el crepúsculo; le daba a todo…mujeres, hombres…hierba, merca, pastillas, ruleta, póker…compartía en saraos y eventos con carros de moda, minas de marca y ropa de alta gama…o al revés…

– Pará y relajate, rompepelotas, que destacás mucho y nos arrastrás a todos…- le amenacé, pero la remierda de bola me dio, y así acabamos.

En el último robo apareció enzarpado hasta las meninges y con tres días sin dormir, y al concluir la cana no esperaba afilada afuera de la sucursal. El Pollo cayó como un colador con la metralla pesada que atravesó su chaleco como margarina. Yo le conminaba al gaita a que se agachara, pero él me contaba a Borges mientras la balacera silbaba a su alrededor. Conseguimos salir y ocultar los dólares junto con el resto en el lugar de siempre, pero nos agarraron al final y terminamos con condena larga.

Pa´variar, el man les entró a todos padre aquí en el penal, mientras yo me comí golpizas y peligro en las duchas hasta que me hice un nombre, y que no fueron más gracias a su intervención.

Llevamos tiempo pero ya tenemos todito planeado con suturas, con colaboraciones y sobornos, para salir cuando decidamos, pero él se me pone remolón. Y es que su vida es igual dentro que fuera; hace deporte, lee, escribe, coge…con la psicóloga, con la trabajadora social, con los otros presos…Y así seguimos en cana y con la plata esperando, hasta que a este putito le de por cambiar ambientes.

¿Que cómo se llama? Yo Marcelo y él…él se llama Hortensio. ¿Viste?, por algún lado tenía que fallar.

Kike Quintana

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