Rubén Mettini – La hora de las mutaciones

La hora de las mutaciones

(Basado en una foto de Osvaldo Cipriani creada con IA)

Había llegado la hora de las mutaciones. El paseo del grupo de mujeres por el bosque se transformaría en algo insospechado. Las raíces de las antiguas secuoyas sugerían algún tipo de abducción, de misterio, de transformación.

Como un velo encendido, como un telón de terciopelo de un rojo vivo, se desplomó una llamarada ardiente desde lo alto. No quemaba, sino que acariciaba. Era fuego, pero parecía agua. Era llamarada y cascada al mismo tiempo.

Ellas sintieron el recio deseo de bailar. Comenzaron moviendo poco a poco los pies, una danza de manos unidas, un corro, una rueda afectuosa. La fuerza del agua encendida las llevó a soltar sus manos y mover sus caderas como maniquíes animados.

El baile ganó energía. No deseaban detenerse. Hicieron una cadena, tomando cada una las caderas de la anterior. Inclinaban sus hombros, torcían sus espaldas, levantaban las piernas, sacudían los pies contra el suelo…

Sentían que las ramas y lianas que las circundaban desprendían una melopea insistente, repetitiva y sensual. Al llegar a ese rincón del bosque no intuían que se sumergirían en la seductora música ni en la enardecedora danza. Fascinadas por la cortina de fuego y agua que venía de lo alto, levantaron los brazos, queriendo homenajear al ser celestial que las había iluminado.

En algún momento comenzó la mutación. Sumergidas en el gozo, sometidas a la melodía y a las cabriolas de sus contorsiones, casi no percibieron que de sus cabellos brotaban ramas. Crecían como astas de alce, como cuernos de ciervos. Enceguecidas por el espacio fuera del tiempo no fueron conscientes de que brotaban hojas en sus dedos.

Las cabriolas vehementes seguían. El bosque los acunaba con lianas que eran útero cálido, germen embrionario, simiente, brote. La catarata de luz las cegaba y les daba nueva videncia. Una videncia verde, con gusto a savia. Habían sido elegidas por la deidad vegetal.

La metamorfosis llegó a su fin cuando se detuvo la danza, cuando ya no pudieron mover los pies, cuando quedaron plantadas en el húmedo suelo, cuando fueron árboles con ramas pardas y hojas verdes. Quedaron inmóviles con una sensación de total plenitud. Su humanidad se había mutado. La deidad exigía un óbolo de seres para repoblar los bosques.

Rubén Mettini

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